jueves, 15 de noviembre de 2012

Reflexiones sobre el día 2 de Noviembre



Esta tradición mesoamericana ha perdurado a pesar de la conquista espiritual hecha por los españoles en el siglo XV; fundiéndose en una celebración que se ha arraigado en los rituales que año tras año millones de mexicanos realizan  dando pie a lo que conocemos como Día de muertos o de Todos los Santos. En estos días se deja ver claramente  una forma de representar tanto la muerte como la vida; y la riqueza de esta tradición se puede notar en los diferentes lugares que se celebran y la forma en cómo lo hacen. En el presente artículo me daré la tarea de hacer una humilde interpretación extrayendo algunos elementos para poder filosofar sobre estos acontecimientos que se dan en la mayor parte del territorio mexicano.

Antes de la llegada del día de muertos se puede percibir en la sociedad una preparación para tal fecha, ya que, se puede observar a muchas personas acudiendo a los panteones a restaurar las tumbas de sus seres queridos así como las compras para realizar el altar (símbolo emblemático de lo que se ofrece a los difuntos); además en las panaderías como dulcerías se puede notar una forma peculiar del mexicano (la comida) de acompañar estos días, e,l pan de muerto y las calaveritas de azúcar con tu nombre es ineludible no comerse más de uno.. El altar que se prepara tiene un significado particular que vale la pena asomarse a él, puesto que, lo que se sirve en tal lecho no es sino lo que al difunto le gustaba en vida, así para cuando su alma regrese pueda oler los aromas de todo lo que consumía; desde el mezcal, caña, refresco, cigarro, tamales, pan, fruta, hasta la golosina.




En algunos lugares el día de muertos se va al panteón a velar toda la noche acompañados de guitarra, mezcal, flores, veladoras, cuetes y familiares que acuden a pernoctar. Se canta, se toma, se narran anécdotas y hasta se cuentan chistes en el panteón. Sobre este tipo de festejos más de uno se queda perplejo ante esto, porque el panteón regularmente se concibe como un lugar tenebroso y, por tanto, peligroso; sin embargo sucede todo lo contrario es el lugar con más tranquilidad excepto por los que hacen la fiesta ese día.

Me gustaría reflexionar sobre el ritual anterior y los significados que encuentro en ellos a fin de cumplir con lo señalado anteriormente.




La muerte para el mexicano no es una muerte de la cual hay que temer, ni siquiera es el final de la vida. Ya que, se sigue conviviendo con las personas conocidas a pesar de que son difuntos por ello en el altar se le ofrece todo lo que le gusta, así la celebración es un día especial donde se retorna con los seres queridos, por ello en la velada que se hace en el cementerio se canta, se cuentan anécdotas para revivir experiencias, porque recordar es volver a vivir. Así el mexicano ve a la muerte como un hecho más que ocurre y  no aquel que marca el fin de la vida sino otro modo de estar. .En ese sentido la memoria se convierte en el lugar de convivencia que año tras año hacemos valer como seres finitos.




martes, 6 de noviembre de 2012

La filosofía es filosofar


La posibilidad de la enseñanza
De la filosofía, radica
En la necesidad misma
De la filosofía.
Adolfo Sánchez Vazquez


La filosofía más que una ciencia es una actitud y/o disposición hacia el saber o a la verdad,  que arrastra con ella la reflexión y la crítica sobre lo que se aparece en el mundo, y dentro de esa perspectiva, la filosofía, es un impulso y un esfuerzo por  conocer la realidad; misma que se presenta problemática y que el filósofo intenta investigar para obtener conocimiento de todo cuanto hay a su alrededor. Pero ¿Cómo se da el conocimiento del mundo?

Conocemos el mundo a partir de las preguntas que realizamos, puesto que, éstas abren o despiertan un estado de cosas que ahí se encuentran. La filosofía es una voz que pregunta por todo cuanto existe. Por ejemplo; vemos movimientos que nos acontecen como la noche y el día. En nuestra época podemos contestar – a través de una explicación científica-, que esos acontecimientos se dan por el movimiento de rotación que efectúa la tierra. Sin embargo, antes de que la ciencia calculara y descifrará estos sucesos naturales existían otro tipo de explicaciones que trataban de consolar este enigma. Algunos se remitían a la presencia de los Dioses, otros a batallas entre la luz y a oscuridad donde cada una representaba una fuerza sobrenatural.

Lo anterior, no es otra cosa que dar cuenta de lo que era la realidad para ellos y para nosotros. Seguramente más de uno podría decir que ellos estaban equivocados y que ahora nosotros somos quienes poseemos la verdad. Y aquí estriba un valor importante de la investigación que hacemos para dar cuenta de la realidad, y es el hecho de tener prejuicios (coloquialmente podemos decir: los lentes que utilizamos para ver la realidad) mediante los cuales interpretamos lo que existe. De tal forma que nuestra respuesta de qué es la realidad  corresponde a la época y los valores que hay en ella. Por tanto, no podemos afirmar que ellos habían errado sino que su respuesta estaba condicionada a los prejuicios y valores que se hallaban en su época.







Dado lo anterior, podemos decir que, cuando el filósofo investiga la realidad pone en juego el repertorio de creencias (prejuicios), que tal época tiene vigente.  Aquí algún curioso puede preguntar con justa razón: ¿cómo se forman los prejuicios? A través del sentido histórico. El paso del tiempo no sólo es cronológico sino que tiene que ver con la forma en cómo vamos adquiriendo un conocimiento al transcurrir del tiempo, es decir, la experiencia que vamos acumulando a través del análisis y reflexión de los hechos históricos relevantes. Además de las ideas que se van formando en el propio presente. Entonces para la formación de las ideas, influyen muchos factores como la economía, la política, los medios de comunicación entre otros.


Tenemos, pues, que el filósofo recoge un entramado de conceptos que tanto la disciplina como el mismo presente le otorga para pensar la realidad. Por tanto, no se puede aseverar que la filosofía sea una ocurrencia  sobre cualquier tema, sino que el filosofar involucra la reflexión y la crítica para mostrarse como un pensamiento que pone sobre el tablero los prejuicios para interpretar y aportar ideas para pensar nuestra realidad. 


Hasta aquí  se ha mostrado  lo que la filosofía es y lo que el ejercicio de la misma pone en juego, pero no hemos dicho lo que lleva al ser humano a filosofar. El hombre ha sentido el menester de hacer filosofía porque mediante la misma ha podido saber a qué atenerse. Es decir, cuando el hombre pone en práctica el pensamiento para saber qué es la realidad lo hace para poder tener una noción de cómo desenvolverse en el mundo. Dicho de otro modo, lo hace para saber qué hacer en el mundo, para otorgarle sentido a él y a lo que le rodea para poder ser.




Por ello tal y como versa el título del presente artículo, la filosofía es filosofar, porque la filosofía no sólo es un estudio sino un modo de conducirse en el mundo, de saber a qué atenerse, de buscarle un sentido a lo que le rodea y a lo que históricamente viene aconteciendo. Cabe recordar que cuando los griegos –lugar de origen de la filosofía-  utilizaban el término filosofía no se referían a la ciencia o disciplina sino a un tipo de hombre que se comportaba de cierta forma. Reflejando una conducta que se encontraba inclinada al saber.

Y de ahí qué su objeto de estudio, por decirlo de algún modo, sea la realidad en tanto que esta es lo primero que se nos presenta cómo problema. Pues es el espacio donde nosotros nos desenvolvemos y tenemos que procurar nuestra vida. Por tanto la vida es quehacer que involucra un tener que habérmelas con el mundo para poder vivir, puesto que la vida no es algo que nos sea dado hecha; se nos da el existir y a partir de ahí cada quien procura un cómo de nuestra vida. Es decir, hacemos de nuestra vida una obra de arte que culmina su último lienzo con la muerte porque la muerta es la imposibilidad del existir y por tanto de un hacer algo.

martes, 23 de octubre de 2012

Septiembre, Mes de la patria



Como todos sabemos, a Septiembre se le conoce como el mes de la patria. Esto porque en la historia de nuestro México  sucedieron eventos relevantes que fueron motivo para nombrarlo como tal.  Los hechos a los que hago referencia son el nacimiento de José María Morelos (27/09/1765), el inicio de nuestra independencia (16/09/1810), la entrada triunfal a México del ejército Trigarante liderado por Iturbide, marcando el fin de la independencia (27/09/1821) y la defensa del catillo de Chapultepec (13/09/1847). Pues bien son estos sucesos los que hacen especial este mes en nuestro México, en las siguientes líneas me ocuparé de reflexionar acerca del significado que hoy día podemos percibir, en particular, del grito de independencia. Esto con el fin de sumar a estos días una mirada filosófica que pueda ayudar a interpretar y dotar de significado nuestro presente patrio.









Celebrar nuestra independencia debe, por lo menos, alentar la reflexión sobre nuestro pasado, presente y futuro que hoy vivimos y esperamos de nuestro México.  Cuando menciono pasado no me refiero al simple hecho de rememorar el grito, como si se tratará de mencionar efemérides, sino averiguar  que sentido histórico poseemos los mexicanos; revisar si existe algún discurso oficial dado por el Presidente, gobernadores, autoridades municipales, etc., en torno a la celebración de este día, para que de ahí la gente pueda entender cómo los actores políticos están viendo el desarrollo de nuestro país. Lo anterior, sin duda alguna, podría coadyuvar a tener una mayor significación de este mes, en tanto, que se trata de reflexionar en qué medida se ha procurado llevar una independencia que rinda cuentas sobre los propósitos por los que se levanto la voz de la independencia.

Reflexionar sobre el presente, nos lleva a asomarnos introspectivamente a nuestro México de todos los días, ver que México tenemos y contestarnos sí este es el México que se proyectaba en la lucha por la independencia, ese México que procuraba identificarse en los Sentimientos de la Nación de Morelos, y sobre todo, contestarnos sí este es el México que queremos para hoy y para el mañana. La pregunta que indaga sobre el presente debe estar teñida de una crítica constructiva, es decir, que diga tenemos esto pero podemos hacer esto. Y esa pregunta no sólo debemos hacerla a nuestro México plural de hoy, sino a cada uno de los mexicanos, mexicanas, instituciones, autoridades públicas, organismos, para que cada uno rinda cuenta de lo que hasta ahora se ha construido o se intenta proyectar de aquí para adelante.









Por último, sobre el futuro porque en gran medida las riendas de nuestro andar colectivo depende en su gran mayoría de nosotros mismos, por tanto lo que nosotros queramos corregir sobre la situación presente y futura que nos espera debe estar sometida a conciencia de que nosotros somos responsables de nuestro destino. Las circunstancias en las que se encuentra nuestro México querido –quizá- no sean las óptimas pero se trata de salvarlas como diría Ortega y Gasset para salvarnos a nosotros mismos. Por ello insisto, que la administración de nuestro país no debe estar a cargo de la clase política sino que debe intervenir la sociedad civil, las instituciones ya establecidas como la educación, para dejar ver cuál es el propósito que persigue cada sector de nuestra sociedad. Ello nos llevará directamente a la democratización de nuestra sociedad, porque hasta ahora se ha confiado en qué este es el mejor sistema que evita la tiranía, la dictadura y toda forma de represión de la participación ciudadana, por ello debemos hacer valer lo que el mismo sistema nos ofrece para poder insertarnos en su dinámica.

Por ello, en el mes de la patria no sólo se debe festejar con grupos populares en las plazas principales de nuestro país, sino que debe de asomarse el sentido histórico, creativo, cultural que nuestra sociedad necesita para revitalizar el bien común que lleve de nueva cuenta a ser partícipes de causas justas, y por tanto, necesarias para nuestra sociedad. Y en ese sentido creo que es responsabilidad del gobierno, de por lo menos, ofrecer las herramientas necesarias para que desde sus distintas instituciones (cultura, arte, turismo, deportivo, educación) pueda reflejarse cómo se representa cada uno de ellos el mes de la patria. Logrando así que distintas facciones de nuestra sociedad trate de integrar a la sociedad con el fin no sólo conmemorativo sino de espíritu nacional.

En ello radicaría tener un mes patrio, como celebración de nuestro México que procura revitalizar un sentimiento histórico, que sin duda, ayudará a cohesionar nuestra sociedad. Y para empezar la iniciativa quisiera dejar una pregunta abierta al amable lector que dedica su tiempo a estas líneas: ¿Cómo vive, percibe, siente, celebra, usted, el mes patrio?

jueves, 13 de septiembre de 2012

Yo sólo sé, que no sé nada


Esta frase ha pasado a lo largo de la historia de la humanidad por boca de Sócrates y ha inmortalizado el pensamiento filosófico. En el presente artículo me ocuparé de explicar lo que dicha frase me dice en torno al saber para que el amable lector que dedica su tiempo a leer este presente sea partícipe de lo que el pensamiento griego nos ha heredado. Sin otra cosa que mencionar, doy comienzo al mismo.

Esta frase como muchos piensan no es propia de Sócrates sino que eran sentencias que los sabios habían tallado en el templo de Delfos, lugar al que acudían para rendir culto al dios Apolo y dónde consultaban a la pitonisa que en aquel tiempo era la intermediaría entre los dioses y los hombres. Las sentencias talladas en aquel templo tenían una pretensión pedagógica, es decir, los sabios una vez partícipes de la sabiduría de los dioses buscaban que mediante el tallado de estas frases las personas que acudieran al templo fueran cómplices de tal sabiduría. La frase que da nombre a este artículo no sólo era la única, se podían leer otras como: «Una vida sin examen no es digna de ser vivida» o «Sólo es desgraciado quien no puede soportar la desgracia» entre otras.

Un amigo de Sócrates  había acudido al templo a consultar a la pitonisa para saber quién era el hombre más sabio de aquella época a la que contestó: Sócrates. Cuando éste se entero de esto y sabedor de su ignorancia se dedico a buscar un hombre más sabio que él, para demostrar que los dioses también pueden errar. Así que acudió con las personas que se tenían por sabios, entonces, consultó a poetas, políticos, senadores, sofistas preguntándoles  cosas que el ignoraba como ¿Qué es el bien? ¿Qué es la virtud? ¿Qué es la belleza? pero al cuestionarles se daba cuenta de que ellos tampoco sabían ni siquiera lo que decían al respecto de lo que pronunciaban, es decir, Sócrates con sus preguntas los hacía ver ignorantes cosa contraria a lo que el pueblo de Atenas los consideraba. Y ya enojados le preguntaban esas mismas cuestiones a lo que Sócrates siempre decía: “Yo sólo sé, que no sé nada”.

Pero, ¿qué rayos quiere decir esa frase? Quiere decir que si de algo sabemos es que nada sabemos con respecto de muchas cosas. En general es aceptar con humildad que somos ignorantes, pero aceptarnos ignorantes no es ser conformes con esa ignorancia, sino que tiene un fondo positivo, puesto que, aceptar que soy ignorante me motiva a preguntar por las cosas, por tanto, la ignorancia no es un estado límite de nosotros sino el trampolín que nos catapultará al camino del saber.  En ese sentido la ignorancia es ausencia de conocimiento, por tanto, lo que yo tengo que hacer es buscar las preguntas indicadas para acceder al conocimiento. ¿Hay preguntas indicadas? No lo sabremos, hasta que no nos pongamos en marcha en el preguntar.

En gran medida la filosofía debe su fama a Sócrates, porque este personaje no buscaba la fama ni tampoco el cargo público que diera reconocimiento sino que buscaba conocer. Pero, ¿para qué nos sirve el conocimiento? Quererle buscar una utilidad a todo lo que hacemos es de alguna manera gastarla en su uso, sin embargo tenemos cosas valiosas que quizá jamás  se puedan valuar porque no hay precio para tal cosa, no obstante queda la tranquilidad y la felicidad de poseer ciertas cosas. Y en ello radica la sabiduría en algo valioso que se posee sin necesariamente representar un valor monetario.

Sócrates, como dije anteriormente no buscaba la fama o el éxito sino, tal vez, encontrarle el sentido a lo que le rodeaba como ser finito, y darle sentido a lo que le rodeaba era preguntar por el bien, por la virtud, por la justicia, etc. O tal vez en encontrar una respuesta a porque decían que él era el más sabio. Y quizá el se dio cuenta que él era el más sabio porque el reconocía que los hombres poseen una pequeña sabiduría por ser simples mortales y que eso significa nada para un dios que lo sabe todo.

De ahí que el saber no sea algo que se hereda o que se encuentre sólo en los libros sino que el saber se encuentra también en el diálogo con las demás personas, y por supuesto, en el preguntar. Porque históricamente nos hemos percatado que el saber no pertenece a una élite o a un sector de la población sino que el saber se encuentra en esas pequeñas instancias donde nosotros nos lanzamos a la faena del preguntar, porque en el preguntar se abre el estado de cosas donde nos encontramos para saber qué son.


jueves, 30 de agosto de 2012

Enseñanza reflejo


Si verdaderamente algo distingue al hombre de los demás entes que existen en el mundo no es su lenguaje, tampoco la capacidad de sentir sino especialmente el valor que existe en el educar. La educación no sólo compete al ámbito de los pedagogos ni  sólo a la estructura que envuelven a las instituciones educativas sino a todo el entramado de relaciones humanas que existen. Si hay algún curioso que pegunta ¿Por  qué? Por la siguiente razón que no es mía pero que comparto: “que todos los seres humanos enseñan es, e muchos sentidos, su aspecto más importante: el hecho en virtud del cual, y a diferencia de otros miembros del reino animal, puede transmitir las características adquiridas”. Así pues estamos condenados a educar de cualquier forma, puesto que nuestras acciones reflejan un sentido del vivir y a ese reflejo no lo podemos ocultar.
 Es quizá  por ello,  que muchas veces las personas adultas procuran evitar mostrar cierto tipo de acciones verbales, físicas y emocionales delante de los niños, pues son los éstos los que por su infancia procuran identificarse con cierta autoridad a la que ellos sienten afecto de imitar, puesto que con ciertas acciones procuran establecer cierto tipo de vínculo.

¿Qué nos dice lo anterior? Dos cosas primordialmente: a) Que nuestros actos son reflejo no sólo de nuestra conducta, sino de nuestros deseos, nuestros conocimientos, etc., y b) que existe una predisposición por el conocer nuevas formas, nuevos conocimientos y personas. Así el conocimiento no sólo se encuentra circunscrito al ámbito académico sino también al personal. Y si esto no es así, ¿Qué alguien arroje la primera piedra si es que no ha valorizado alguna vez a un maestro, algún administrador, algún párroco, político, secretaria, etc?




La pre-disposición de conocer regularmente se encuentra ubicada en el deseo constante de forjar nuestra propia vida, así el niño siempre busca representarse e modelos más cercanos como papá, mamá, algún súper héroe de película o algún personaje de caricatura, algo que de alguna manera llene su propia forma de verse ante la vida. Pero, ¿Qué pasa cuando crecemos? parece que los personajes ficcionales no nos llenan el ojo y acudimos a otros esquemas como el de un deportista, médico, abogada, ingeniero, filósofo, etc. ¿pero que hace que nos seguimos volcando hacia esquemas sociales? El deseo de ser siempre algo constantemente. Pero no es el simple deseo, sino la necesidad hacer de nuestra vida algo.
Quod vitae sectobur iter? ¿Qué camino debo seguir?

De aquí se deriva en gran parte la importancia y compromiso de la educación. La educación debemos pensarla como la tarea primera del pedagogo, pero para ello hay que hacer un poquito de historia. “El pedagogo era un fámulo que pertenecía al ámbito interno del hogar y que convivía con los niños o adolecentes, instruyéndoles en los valores de la ciudad, formando su carácter y velando por el desarrollo de su integridad moral. En cambio el maestro era un colaborador externo a la familia y se encargaba de enseñar a los niños una serie de conocimientos instrumentales, como la lectura, la escritura y la aritmética. El pedagogo era un educador y su tarea se consideraba de primordial interés, mientras que el maestro era un simple instructor y su papel estaba valorado como secundario. Y es que los griegos distinguían la vida activa, que era la que llevaban los ciudadanos libres en la polis cuando se dedicaban a la legislación y al debate político, de la vida productiva, propia de los labriegos, artesanos y otro siervos: la educación brindada por el pedagogo era imprescindible para destacar en la primera, mientras que las instrucciones del maestro se orientaban más bien a facilitar o dirigir a la segunda”.
Regresando a nuestro presente de carne y hueso, debemos de pensar en qué condiciones se da la educación, cuál es el rol de los maestros en la formación de los estudiantes, qué significa ir a la escuela, qué propósitos persigue la educación hoy día, que frutos ha tenido la educación en la sociedad mexicana. Si nosotros como sociedad no nos hacemos este tipo de preguntas, estaremos condenados a repetir errores de antaño que ha causado empobrecimiento no sólo económico sino cultural, puesto que, un pueblo se distingue en la forma en cómo práctica la educación.





Para ello es necesario que no sólo los alumnos sean lo interesados en ir y aprender sino que la familia sea- como la institución por antonomasia de la sociedad- la que siembre el ejercicio de la enseñanza, que implica el preguntar, el escuchar, el respetar y lo más importante el convivir. Cuando la escuela enseñe prácticas de convivencia y no sólo de competencia en tanto quién es el mejor en esto o en otro, podemos dejar de pensar en la marginación social y en la violencia verbal de quien es mejor que otro o quién está por encima de otro. Esto sin duda, nos obliga a revisar el papel del docente, del director, del padre de familia, de los estudiantes porque no hay un solo culpable de la educación sino que al ser la sociedad un conjunto de intereses y convicciones comunes cada uno de nosotros carga con un poquito de responsabilidad.
En conclusión, podemos decir que si los niños en su andar no encuentran por lo menos, actores (maestro, padre, ingeniero, filósofo) que significan en un medio dado, no podremos por lo menos orientar la mirada de quienes buscan transformar lo que tenemos en algo mejor. No se trata de que repitan esquemas sociales, sino que por lo menos entiendan cuál es el rol que juega cada uno en la sociedad para que el educando encuentre en ellos una posibilidad de realizarse y seguir contribuyendo para el bien común.

viernes, 3 de agosto de 2012

El despertar de las cosas



No existe ser humano que nazca sin pertenecer a una tradición, ya que de alguna manera la tradición le acuña un lenguaje en el cuál el individuo empieza a nombrar el mundo que le rodea y su sí mismo que le permite reconocerse como tal. La tradición no debe entenderse como la Tradición con mayúsculas en tanto que se pueda entender como la única tradición que hereda un individuo sino que la tradición es el conjunto de tradiciones que donde perecen y aparecen ideas y en dónde estas están en una constante lucha. La tradición resulta como el suelo en donde estamos parados y que nos permite vislumbrar tradiciones nuevas, ya que, la tradición no permanece estática sino que se encuentra en un constante afirmar, reafirmar y cultivarse de nuevas formas.

Así pues, la tradición hereda por medio del lenguaje los conceptos y creencias que tal tradición considera válidos así como sus valores que ella considera pertinentes para su conservación. Si tendríamos que resaltar algo entorno a esto es que cada individuo que nazca será alimentado de ciertos valores, creencias y hasta deseos hasta tal punto de que el individuo sólo estará predeterminado a pensar en ciertas coordenadas y, de tal manera, creerá que esas son las únicas formas de pensar o al menos con las únicas con las que puede pensar. Pero, qué pasa cuando el individuo se encuentra en una situación de incertidumbre y se pregunta: ¿Por qué las cosas son así y no de otro modo?

La situación de incertidumbre se da porque muchas veces no sabemos cómo entrarle a la existencia de tal manera que pareciera que no nos alcanza lo que se nos ha enseñado para poder descifrar  una forma de responder a tales circunstancias y es entonces cuando  surge la pregunta del porque las cosas son así y no pueden ser de otro modo. Cuando se lanza está pregunta despertamos el estado de cosas en donde nos encontrábamos tranquilamente y en dónde no cabía la posibilidad de asomarse la duda. Y en ese sentido la duda se vuelve un reflexionar sobre el estado de cosas en el que nos encontrábamos y al cuál vemos con cierta distancia, puesto que hemos dejado de creer en lo que se nos ha impuesto como educación.

En ese sentido se puede hablar de que la filosofía es una tradición de la in-tradición en tanto se dispone –regularmente- a poner en jaque aquello que ha aprendido de tal forma que resulte en una búsqueda por el saber y el conocer y es ahí donde se da tal despertar de las cosas en tanto que buscamos un “nuevo” sentido que permita al menos saciar cierto tipo de incertidumbre en la que ahora nos encontramos. Los niños nacen con tal peculiaridad del preguntar porque las cosas son así y no de otro modo pero rápidamente son callados con un rotundo “porque son así” o “porque eso lo dice tal autoridad” sin ni siquiera inculcar el ejercicio de poner a prueba del porqué consideramos o del porque se ha venido considerando que las cosas son de tal forma.

En los niños sucede una cosa peculiar que es otro indicio del porqué surge el ejercicio filosófico y es el asombro o la admiración  que hay en ellos del mundo. En nuestros días  podemos decir que hemos perdido la capacidad de asombro y hemos dejado irresponsablemente ese quehacer -al cine, internet, celulares, televisión-perdiendo nosotros con la admiración la capacidad del preguntar, puesto que, del que nada se admira no puede ni siquiera preguntar, sin pregunta no hay respuesta y,  por lo tanto, saber.

La filosofía: ¿útil o valiosa?




¿Cuál es nuestra  circunstancia? Para contestar esta pregunta podemos acudir sin duda alguna al régimen político-económico que impera en la forma de vida que se da actualmente. Pues es este régimen el que impone un ritmo (forma) de vida. La economía es la que impone tal ritmo y con esa imposición carga la balanza hacia las ciencias y técnicas para perpetuar  ese modo de ser que va determinando las circunstancias en las que nos encontramos. Lo anterior ha provocado un avance constante de la ciencia y la tecnología y con ello un ritmo encaminado hacia la producción y consumo de mercancías que van marcando el desarrollo de las estrategias políticas-económicas.

En estos avances de la tecnología y la ciencia más de uno rinde honores a los productos que se encuentran a la mano con el supuesto de una mejoría en nuestra forma de vida, puesto que, llenan necesidades que la vida misma en su desarrollo va haciendo más compleja, por poner un ejemplo: el crecimiento de las ciudades y con ello el aumento de las distancias que hay entre el trabajo y la casa se “vuelve” necesario adquirir un automóvil para facilitar el traslado al hacerlo más cómodo y con mayor ahorro de tiempo. Productos como los  televisores con alta definición, celulares inteligentes, gps, laptops, internet, aparatos de sonido, almacenamiento virtual (usb, discos duros) cámaras, automóviles, etc., viene a completar esas necesidades que se han impuesto como modo de vida.

Dado lo anterior, incluso los contenidos educativos se han tenido que modificar para poder estar a la altura de los avances que ofrece la tecnología, ya que si revisamos los planes de estudio de hace 20 años aun no aparecen las materias de computación en nuestro nivel básico cosa que ahora parece una aberración no incluir en nuestra educación esas asignaturas que hoy en día son indispensables para poder entrar en la dinámica del mundo. E incluso al profundizar más al respecto las universidades han dado apertura a carreras que lleven formar profesionistas que sepan del rubro para saber de qué se trata eso de la informática y sistemas computacionales para poder empezar a crear una cultura que nos actualice con los desarrollos que se dan en otros países en esa materia.

Y no sólo podemos hablar de la informática sino de otras carreras que con el desarrollo científico-tecnológico  han tenido un boom en nuestros tiempos como lo es la criminología, inteligencia artificial, robótica, mecatrónica, biotecnología, etc. Una de las cosas que se dicen para el estudio de estas carreras es que como son lo que está en boga es lo que mejor retribuye económicamente cargando más la balanza de las decisiones por una cuestión meramente monetaria descuidando el bien común que pueda generar estudiar dicha carrera. En ese sentido se habla que es muy útil estudiar tal cosa por los beneficios que esta entrega a la persona.

Aquí el problema reside en el hecho de que si nosotros privilegiamos lo útil consecuentemente lo aceptamos como bueno en tanto que sirve para algo y sobre ello vamos juzgando lo que se nos aparece en el mundo. En el caso de los que estudian filosofía es una pregunta de cajón la que siempre nos hacen con su siguiente sentencia: ¿Y eso para qué? ¡Te vas a morir de hambre! Me gustaría responder esa pregunta para dar pie a lo que da título a este humilde artículo.

La pregunta del para qué, tiene que ver con esas condiciones en las qué interpretamos el mundo y buscamos mecanismos para poder sobrevivir y con ello damos con lo nos resulta útil para lograr dicho objetivo. En ese sentido todo aquello que estudiamos lo debemos utilizar para nuestra vida material y en el caso de la filosofía tal parece que no ayuda a cubrir esa necesidad, puesto que en el mundo que nos toca vivir no se percibe claramente el para qué necesitamos filosofía, cómo si ésta fuese un accesorio o algo por el estilo. Y sobre la sentencia de morirse de hambre si uno estudia filosofía, ni siquiera la historia tiene argumentos a favor de esta sentencia, ya que, en toda la historia de la filosofía ningún filósofo se ha muerto de hambre, se mueren por otras cosas pero nunca por hacer filosofía o dedicarse a ella.

Aquí lo que hay que resaltar es que incluso los mismos filósofos dicen que la filosofía es inútil, puesto que, esa no es su función, ya que todo lo útil se encuentra atada a su uso y tal parece que su utilidad residiría para lo cual fue hecha. En cambio de la filosofía se dice que es valiosa en sí misma puesto que si se estudia filosofía es por el deseo de saber, buscar la verdad de las cosas y no tanto su utilidad. Por ello la filosofía es un amor desinteresado en tanto que no busca sacarle beneficios a lo que ama sino que lo hace por el amor que se pueda tener al saber por el saber. Cualquiera pensaría que se trataría de una locura de estudiar algo por estudiarlo, y quizá estemos locos pero entendemos que sin esa “locura” nuestra vida no tendría significado, puesto que el hecho de estudiar filosofía implica un deseo de saber sí hay tal significado.

Por ello no se estudia filosofía sino que se filosofa en tanto que la filosofía tiene que ver con el ejercicio del reflexionar sobre el mismo hecho que nos lleva pensar y este hecho puede estar mediado por diferentes factores. Y es en ese sentido en donde la filosofía se vuelve valiosa en tanto que se hace por ser seres racionales, es decir ponemos en práctica lo que poseemos como seres humanos y no sólo para sobrevivir. Por ello tanto el arte como la moral y con ellos la filosofía pueden nombrarse como las expresiones más elevadas que tenemos en nuestra historia, así tanto la filosofía como el arte y la moral no son productos de una cultura sino que forman parte del carácter de tal cultura.

Así pues, la filosofía es un valor en sí mismo. Hagamos una analogía con los valores para poder ampliar lo anterior y tener una mejor claridad para nuestro lector. Los valores que nosotros aprendemos no los enseñamos porque de ellos obtengamos algo útil sino porque creemos que esas son las mejores formas de convivencia que el hombre puede alcanzar y en ese sentido aquél hombre que no sólo sepa valores sino que los lleve a la vida práctica una vez reflexionado sobre lo positivo que es aplicarlo será un hombre valioso en tanto que ha encontrado un camino recto, honorable por el cual conducirse. Así mismo la filosofía, no es algo que podamos portar cómo si se tratará de un ipad, reloj, celular y que por ende seamos valiosos porque lo valioso no tiene nada que ver con el precio sino que la filosofía se lleva en el existir diario del preguntarse y buscarle sentido a las cosas que nos rodean.  Y cuestionarse significa estar vivo y eso es algo valioso en sí mismo.