Esta frase ha pasado a lo largo
de la historia de la humanidad por boca de Sócrates y ha inmortalizado el pensamiento
filosófico. En el presente artículo me ocuparé de explicar lo que dicha frase
me dice en torno al saber para que el amable lector que dedica su tiempo a leer
este presente sea partícipe de lo que el pensamiento griego nos ha heredado.
Sin otra cosa que mencionar, doy comienzo al mismo.
Esta frase como muchos piensan no
es propia de Sócrates sino que eran sentencias que los sabios habían tallado en
el templo de Delfos, lugar al que acudían para rendir culto al dios Apolo y
dónde consultaban a la pitonisa que en aquel tiempo era la intermediaría entre
los dioses y los hombres. Las sentencias talladas en aquel templo tenían una
pretensión pedagógica, es decir, los sabios una vez partícipes de la sabiduría
de los dioses buscaban que mediante el tallado de estas frases las personas que
acudieran al templo fueran cómplices de tal sabiduría. La frase que da nombre a
este artículo no sólo era la única, se podían leer otras como: «Una
vida sin examen no es digna de ser vivida» o «Sólo es desgraciado quien no
puede soportar la desgracia» entre otras.
Un amigo de Sócrates había acudido al templo a consultar a la
pitonisa para saber quién era el hombre más sabio de aquella época a la que
contestó: Sócrates. Cuando éste se entero de esto y sabedor de su ignorancia se
dedico a buscar un hombre más sabio que él, para demostrar que los dioses
también pueden errar. Así que acudió con las personas que se tenían por sabios,
entonces, consultó a poetas, políticos, senadores, sofistas preguntándoles cosas que el ignoraba como ¿Qué es el bien?
¿Qué es la virtud? ¿Qué es la belleza? pero al cuestionarles se daba cuenta de
que ellos tampoco sabían ni siquiera lo que decían al respecto de lo que
pronunciaban, es decir, Sócrates con sus preguntas los hacía ver ignorantes cosa
contraria a lo que el pueblo de Atenas los consideraba. Y ya enojados le preguntaban
esas mismas cuestiones a lo que Sócrates siempre decía: “Yo sólo sé, que no sé
nada”.
Pero, ¿qué rayos quiere decir esa
frase? Quiere decir que si de algo sabemos es que nada sabemos con respecto de
muchas cosas. En general es aceptar con humildad que somos ignorantes, pero
aceptarnos ignorantes no es ser conformes con esa ignorancia, sino que tiene un
fondo positivo, puesto que, aceptar que soy ignorante me motiva a preguntar por
las cosas, por tanto, la ignorancia no es un estado límite de nosotros sino el
trampolín que nos catapultará al camino del saber. En ese sentido la ignorancia es ausencia de
conocimiento, por tanto, lo que yo tengo que hacer es buscar las preguntas
indicadas para acceder al conocimiento. ¿Hay preguntas indicadas? No lo
sabremos, hasta que no nos pongamos en marcha en el preguntar.
En gran medida la filosofía debe
su fama a Sócrates, porque este personaje no buscaba la fama ni tampoco el
cargo público que diera reconocimiento sino que buscaba conocer. Pero, ¿para
qué nos sirve el conocimiento? Quererle buscar una utilidad a todo lo que
hacemos es de alguna manera gastarla en su uso, sin embargo tenemos cosas
valiosas que quizá jamás se puedan valuar
porque no hay precio para tal cosa, no obstante queda la tranquilidad y la
felicidad de poseer ciertas cosas. Y en ello radica la sabiduría en algo
valioso que se posee sin necesariamente representar un valor monetario.
Sócrates, como dije anteriormente
no buscaba la fama o el éxito sino, tal vez, encontrarle el sentido a lo que le
rodeaba como ser finito, y darle sentido a lo que le rodeaba era preguntar por
el bien, por la virtud, por la justicia, etc. O tal vez en encontrar una
respuesta a porque decían que él era el más sabio. Y quizá el se dio cuenta que
él era el más sabio porque el reconocía que los hombres poseen una pequeña
sabiduría por ser simples mortales y que eso significa nada para un dios que lo
sabe todo.
De ahí que el saber no sea algo
que se hereda o que se encuentre sólo en los libros sino que el saber se
encuentra también en el diálogo con las demás personas, y por supuesto, en el
preguntar. Porque históricamente nos hemos percatado que el saber no pertenece
a una élite o a un sector de la población sino que el saber se encuentra en
esas pequeñas instancias donde nosotros nos lanzamos a la faena del preguntar,
porque en el preguntar se abre el estado de cosas donde nos encontramos para
saber qué son.
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