No existe ser humano que nazca
sin pertenecer a una tradición, ya que de alguna manera la tradición le acuña
un lenguaje en el cuál el individuo empieza a nombrar el mundo que le rodea y
su sí mismo que le permite reconocerse como tal. La tradición no debe
entenderse como la Tradición con mayúsculas en tanto que se pueda entender como
la única tradición que hereda un individuo sino que la tradición es el conjunto
de tradiciones que donde perecen y aparecen ideas y en dónde estas están en una
constante lucha. La tradición resulta como el suelo en donde
estamos parados y que nos permite vislumbrar tradiciones nuevas, ya que, la
tradición no permanece estática sino que se encuentra en un constante afirmar,
reafirmar y cultivarse de nuevas formas.
Así pues, la tradición hereda por
medio del lenguaje los conceptos y creencias que tal tradición considera
válidos así como sus valores que ella considera pertinentes para su
conservación. Si tendríamos que resaltar algo entorno a esto es que cada
individuo que nazca será alimentado de ciertos valores, creencias y hasta
deseos hasta tal punto de que el individuo sólo estará predeterminado a pensar
en ciertas coordenadas y, de tal manera, creerá que esas son las únicas formas
de pensar o al menos con las únicas con las que puede pensar. Pero, qué pasa
cuando el individuo se encuentra en una situación de incertidumbre y se
pregunta: ¿Por qué las cosas son así y no de otro modo?
La situación de incertidumbre se
da porque muchas veces no sabemos cómo entrarle a la existencia de tal manera
que pareciera que no nos alcanza lo que se nos ha enseñado para poder
descifrar una forma de responder a tales
circunstancias y es entonces cuando
surge la pregunta del porque las cosas son así y no pueden ser de otro
modo. Cuando se lanza está pregunta despertamos el estado de cosas en donde nos
encontrábamos tranquilamente y en dónde no cabía la posibilidad de asomarse la
duda. Y en ese sentido la duda se vuelve un reflexionar sobre el estado de
cosas en el que nos encontrábamos y al cuál vemos con cierta distancia, puesto
que hemos dejado de creer en lo que se nos ha impuesto como educación.
En ese sentido se puede hablar de
que la filosofía es una tradición de la in-tradición en tanto se dispone
–regularmente- a poner en jaque aquello que ha aprendido de tal forma que
resulte en una búsqueda por el saber y el conocer y es ahí donde se da tal
despertar de las cosas en tanto que buscamos un “nuevo” sentido que permita al
menos saciar cierto tipo de incertidumbre en la que ahora nos encontramos. Los
niños nacen con tal peculiaridad del preguntar porque las cosas son así y no de
otro modo pero rápidamente son callados con un rotundo “porque son así” o “porque
eso lo dice tal autoridad” sin ni siquiera inculcar el ejercicio de poner a
prueba del porqué consideramos o del porque se ha venido considerando que las
cosas son de tal forma.
En los niños sucede una cosa
peculiar que es otro indicio del porqué surge el ejercicio filosófico y es el
asombro o la admiración que hay en ellos
del mundo. En nuestros días podemos decir
que hemos perdido la capacidad de asombro y hemos dejado irresponsablemente ese
quehacer -al cine, internet, celulares, televisión-perdiendo nosotros con la
admiración la capacidad del preguntar, puesto que, del que nada se admira no puede ni siquiera preguntar, sin pregunta no
hay respuesta y, por lo tanto, saber.
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