viernes, 3 de agosto de 2012

El despertar de las cosas



No existe ser humano que nazca sin pertenecer a una tradición, ya que de alguna manera la tradición le acuña un lenguaje en el cuál el individuo empieza a nombrar el mundo que le rodea y su sí mismo que le permite reconocerse como tal. La tradición no debe entenderse como la Tradición con mayúsculas en tanto que se pueda entender como la única tradición que hereda un individuo sino que la tradición es el conjunto de tradiciones que donde perecen y aparecen ideas y en dónde estas están en una constante lucha. La tradición resulta como el suelo en donde estamos parados y que nos permite vislumbrar tradiciones nuevas, ya que, la tradición no permanece estática sino que se encuentra en un constante afirmar, reafirmar y cultivarse de nuevas formas.

Así pues, la tradición hereda por medio del lenguaje los conceptos y creencias que tal tradición considera válidos así como sus valores que ella considera pertinentes para su conservación. Si tendríamos que resaltar algo entorno a esto es que cada individuo que nazca será alimentado de ciertos valores, creencias y hasta deseos hasta tal punto de que el individuo sólo estará predeterminado a pensar en ciertas coordenadas y, de tal manera, creerá que esas son las únicas formas de pensar o al menos con las únicas con las que puede pensar. Pero, qué pasa cuando el individuo se encuentra en una situación de incertidumbre y se pregunta: ¿Por qué las cosas son así y no de otro modo?

La situación de incertidumbre se da porque muchas veces no sabemos cómo entrarle a la existencia de tal manera que pareciera que no nos alcanza lo que se nos ha enseñado para poder descifrar  una forma de responder a tales circunstancias y es entonces cuando  surge la pregunta del porque las cosas son así y no pueden ser de otro modo. Cuando se lanza está pregunta despertamos el estado de cosas en donde nos encontrábamos tranquilamente y en dónde no cabía la posibilidad de asomarse la duda. Y en ese sentido la duda se vuelve un reflexionar sobre el estado de cosas en el que nos encontrábamos y al cuál vemos con cierta distancia, puesto que hemos dejado de creer en lo que se nos ha impuesto como educación.

En ese sentido se puede hablar de que la filosofía es una tradición de la in-tradición en tanto se dispone –regularmente- a poner en jaque aquello que ha aprendido de tal forma que resulte en una búsqueda por el saber y el conocer y es ahí donde se da tal despertar de las cosas en tanto que buscamos un “nuevo” sentido que permita al menos saciar cierto tipo de incertidumbre en la que ahora nos encontramos. Los niños nacen con tal peculiaridad del preguntar porque las cosas son así y no de otro modo pero rápidamente son callados con un rotundo “porque son así” o “porque eso lo dice tal autoridad” sin ni siquiera inculcar el ejercicio de poner a prueba del porqué consideramos o del porque se ha venido considerando que las cosas son de tal forma.

En los niños sucede una cosa peculiar que es otro indicio del porqué surge el ejercicio filosófico y es el asombro o la admiración  que hay en ellos del mundo. En nuestros días  podemos decir que hemos perdido la capacidad de asombro y hemos dejado irresponsablemente ese quehacer -al cine, internet, celulares, televisión-perdiendo nosotros con la admiración la capacidad del preguntar, puesto que, del que nada se admira no puede ni siquiera preguntar, sin pregunta no hay respuesta y,  por lo tanto, saber.

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