miércoles, 20 de marzo de 2019

La reflexión como el rescate de lo humano


Los seres humanos asistimos  a una circunstancia global que muchas veces no entendemos de que se trata. La vida como nos la han contado nuestros abuelos ha dejado de ser simple. Ya no sólo la vida de cada quién se resuelve con la búsqueda de la sobrevivencia sino que ahora es la convivencia lo que provoca una serie de conflictos y vicisitudes que provocan que la vida sea más compleja. El ritmo vertiginoso con el que nos movemos ha sido propiciado por la inclusión de la tecnología que tiene como bandera la novedad. Es sabido que nuestra era ha sido denominada la de la información, el flujo de la misma, con ayuda de la tecnología ha modificado nuestras vidas y,  por supuesto, nuestro modo de ver el mundo.

Los avances tecno-científicos han cambiado los aspectos constitutivos de nuestro vivir y quien no se adapta rápidamente a ellos vive en la marginación de un sociedad que marcha sin un destino propio que se pueda identificar con los mismos pasos que le dio origen. En un tiempo donde creemos y afirmamos estar conectados los unos con los otros por medio de redes no hay paso a la individualización de la realidad como tal. Todo lo contrario, las redes suponen un espacio donde cada uno cumple una función distinta que soporta el entramado humano, pero no es sino la novedad, la mismidad y el desenfreno de las diversas manifestaciones lo que nos llevan a un mismo punto: el sinsentido. Ese sinsentido está marcado por una bala de salva que tiene por subtítulo: “sálvese quien pueda y cómo pueda”.

Ante tal escenario la filosofía guarda un carácter esencial que a mi parecer puede salvar a eso que llamamos ser humano, que desde el horizonte de lo homogéneo (que se entiende al hecho de tener las mismas herramientas de eso que llamamos vida: facebook, instragram, youtube, empleo, dispositivos móviles etc.) se ha ido desvaneciendo. ¿Por qué digo lo anterior? Porque tal parece que en la búsqueda de encontrar un espacio donde quepa la realización de la vida propia se tiene que dar en esas plataformas. Donde si no te muestras prácticamente no existes. Tienes que mostrarte, convertirte en una imagen para ser referencia de vida. Pero, ¿de eso se trata la vida? ¿Es ahí donde la experiencia de la felicidad radica? ¿Dónde el ser humano se enriquece y desarrolla?

Líneas atrás decía que la filosofía puede salvar la humanidad. ¿De qué la tiene que salvar se pudiera preguntar el lector? De ella misma, de dejarse llevar por este ritmo vertiginoso que ha tomado, de esa fragmentación del tiempo que lo desvincula de un sentido histórico y que al mismo tiempo lo desinteresa de un futuro dejándolo en un efímero presente. Presente que sólo le permite consolarse con la vivencia del instante. La constitución del presente le lleva a coaccionar con su propio tiempo, el ser humano de hoy en día si no está haciendo algo torna su vida en aburrimiento y en estrés. Por tanto, siempre tiene que estar haciendo algo que le lleve a ocuparse en los distintos planos en los que vive, la casa, la escuela, el trabajo, y en el traslado a cada uno de estos escenarios no puede estar sin comunicarse, sin entretenerse, sin visualizar.

La reflexión es el sendero más seguro para la supervivencia de lo humano. La reflexión hace una pausa al devenir temporal para dotar de sentido nuestra propia vida y en lo que ella se encuentra inmerso. Si decimos que la vida resulta un espectáculo, quien reflexiona o bien quien filosofa se convierte en un espectador. El espectador es aquel que no se involucra en lo que se está llevando acabo como juego  (el espectáculo de la vida), sino que solo se dedica a observar, a comprender de qué va el juego. Por tanto, filosofar es desocuparse de la vida para ocuparse en ella.

Para los filósofos griegos la filosofía estaba ligada a la contemplación. Aristóteles destaca que la filosofía es una vida contemplativa (bios theoretikos) una forma superior de vida, una vida independizada de la vida cotidiana de los hombres, una vida libre, autónoma, que justamente por mor de su libertad y de su autonomía es capaz de percibir el qué de la vida misma. Si hoy día nos dejamos llevar por las ofertas que hay en el mercado de la vida solo estaríamos consumiendo lo que otros disponen al comprador, algo que otros han elaborado. Si seguimos esa lógica no realizaríamos ese esfuerzo por conseguir lo propio, lo que provenga de nuestras manos, nuestras decisiones y nuestros propósitos. Y es por ello que ejercitar la reflexión nos puede llevar al sendero de la invención del sí mismo, aquel donde la humanidad se vuelve humanidad, en el ejercicio de la libertad.