La
filosofía más que una ciencia es una actitud
o inclinación hacia el saber o a la verdad (aletheía), que arrastra con ella la reflexión y la crítica sobre lo
que se aparece en el mundo, y dentro de esa perspectiva, la filosofía, es un
impulso y un esfuerzo por el saber o por un determinado saber. Martin Heidegger
decía que: “La filosofía es pre-ocupación
por el saber, por la ciencia, por la verdad. Pero, por eso mismo, no es la ocupación en la que consisten el saber y
la ciencia. Es la pre-ocupación que los hace
posibles, que los propicia”.
Siglos
atrás en la tarea por describir la actividad filosófica Platón y Aristóteles señalan
sobre el nacimiento de la filosofía: que ella se origina por la admiración de
las cosas; éstas por sí mismas, no tienen un sentido que despierte curiosidad
sino más bien es del ser humano de quien brota la admiración por las cosas que
le rodea. Dicho asombro no es pasivo sino que provoca en él la pregunta. De ahí
el signo característico de la filosofía, una interrogante.
Entonces
la disposición al saber atraviesa por dos momentos cruciales: el primero, la
admiración que como mencione no es pasiva y; el segundo, la pregunta que
propicia el esfuerzo por un determinado saber. Por tanto, el filósofo es aquel
que se asombra de su entorno y de su sí mismo y eso le causa cierta extrañeza
que le lleva a plantearse una serie de interrogantes, que bien pueden
describirse como el hilo conductor de la filosofía.
Dentro
de la tradición filosófica quien encarna la figura de filósofo es, sin temor a
equivocarme, Sócrates. Aunque se discuta la existencia de este personaje, no
podemos dudar de la gran influencia al pensamiento occidental; desde sus
contemporáneos hasta la actualidad. Sócrates encarnó el ejercicio de filosofar
a tal punto que le llevó a ser condenado a beber la cicuta, acusado del delito
de corromper a la juventud e introducir nuevos dioses.
Así, Sócrates nos hereda una imagen de que el
filósofo no es aquel que se abstrae del mundo sino aquel que utiliza el espacio
público y dialoga con sus conciudadanos para indagar sobre la justicia, la
belleza, el bien y otras materias, que al final de cuentas se resume en la
máxima que los sabios griegos tallaron en el templo de Delfos, a saber: “Conócete
a ti mismo”.
Con
ese imperativo Sócrates cree que el filosofar no es sólo la pregunta por la
naturaleza (physis) sino que debe comenzar
por uno mismo. De ahí el giro antropológico que se da en la reflexión
filosófica. Los naturalistas averiguaban el principio (arché). Ya no es tanto la pregunta por las cosas sino por quien
pregunta por las cosas, a saber de lo que uno es capaz de hacer, a descubrirse
a sí mismo para reconocer en esa investigación qué es eso que denominamos ser
humano.
Y en
esa inclinación, ese impulso hacia el conocimiento, es lo que constituye el
carácter, el ethos del filósofo. Por
ende, un modo de ser hacia la verdad… ¿cuál verdad? He ahí la interrogante.
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