domingo, 10 de diciembre de 2017

La primera vez que



La primera vez que pensé  en ella fue una semana después de que nos separamos, aunque realmente no pensé en ella sino en sus delicadas manos. Si, esos delgados dedos que más de una vez confundí con una mordedera. Eran las cinco con cinco cuando el recuerdo invadió mi espacio. Me encontraba en la biblioteca buscando Transa poética de Huerta y mis manos como por imán descansaron sobre el lomo de Recuento de poemas  de Sabines. Le saque del librero que marcaba L45m y acaricie la portada deslizando mis yemas sobre el título como si se tratara de un ciego que quiere reconocer la superficie que determinan el braille. Deslice mis manos y sonreí, recordando nuestra complicidad. 

Me propuse cerrar los ojos y abrir el texto donde mi dedo señalara. Increíblemente al ir separando las hojas lentamente para que no estropeara el libro me llegó la sensación de sus dedos mezclándose con los míos. Fue ahí cuando su ausencia cobro una nítida presencia. Abrí los ojos y me sentí solo a pesar de tener tantos libros junto a mí y a Sabines en las manos.
Trague mis errores y con una voz temerosa empecé a leer en voz alta: No es nada de tu cuerpo, ni tu piel ni… en eso el shhh se dejó escuchar en una sala donde sólo me encontraba la bibliotecaria y yo. Quise creer que era mi voz aguardientosa la que incito el shusheo (éste verbo se lo debo a  una chica llamada Itzel). No obstante, continúe en voz baja como quién cuenta un secreto al oído: ni tus ojos ni tu vientre. 

Mis dedos empezaron a temblar al tiempo que mi pie izquierdo empezaba una danza. En mi mente rebotaba el poema ni ese lugar secreto que los dos conocemos… y se me vino a la mente la luz que entraba por la recámara a las 6 de la tarde y hacía pensar en un nuevo amanecer. Recuerdo la primera vez que observé esa luz, me  encontraba recostado sobre la alfombra boca bajo, hojeando una revista, Bob Marley se escuchaba en la lap. Había pasado una semana de trabajo y lo único que observaba a mí alrededor eran fotocopias y fechas por cumplir para la entrega de unos archivos electrónicos. Eran tardes calurosas con la incipiente amenaza de llovizna, me puse de pie y me dirigí por un vaso de agua. De regreso a mi habitación note como de un filo que dejaba la sabana que ocupe de cortina empezaba a iluminarse la habitación. El reflejo de luz por el color del cuarto hacía ver la pared de un marrón que no había visto sino en el amanecer junto a la playa. 

Recuerdo que un día le invite a ver  mi pseudo-amanecer. Estando en la habitación le tome de la mano para que en mi recuerdo que ahora traigo a mi mente se visualizara como una experiencia compartida y no una de tantas pachequeras mías de mi sueño frustrado de artista o trovador.
 No me había percatado de que la bibliotecaria se había acercado  donde me encontraba para acomodar unos textos. El silencio no duró mucho cuando me preguntó qué era lo que leía y le dije con un tono apenado que Sabines…a lo que ella contesto: bonita elección.
Sólo sonreí y quise seguir con la lectura pero la señora cada vez más se acercaba a mi como para averiguar qué era lo que leía de Sabines. Di un medio giro para ocultar mi lectura cuando de repente sonó mi celular. Antes de que contestara escuche: ¿sabes que no se permite el uso de celular, verdad? Apreté fuertemente el botón rojo de mi celular y camine a la salida. Dejé el libro en el mueble indicado y levante la mano en señal de adiós a la señora. Sólo alcance a ver que sonreía tras bajarse los lentes con la mano derecha.

Camine hacia las gavetas donde había dejado mi mochila, saque la llave de mi bolsa trasera para sacarla cuando de repente volvió a sonar mi celular. Era mi alarma y marcaban  las 6 de la tarde. Había tenido el presentimiento de que fuese ella, después de todo lo que aconteció. Cuando tome el celular para desactivar la alarma sentí la necesidad de llamarle pero recordé que no tenía saldo. Me conforme con escribirle estas líneas esperando que marque algún día en el que el sol vacile con ver un nuevo amanecer.




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