La primera vez que pensé en ella fue una semana después de que nos
separamos, aunque realmente no pensé en ella sino en sus delicadas manos. Si, esos
delgados dedos que más de una vez confundí con una mordedera. Eran las cinco con
cinco cuando el recuerdo invadió mi espacio. Me encontraba en la biblioteca
buscando Transa poética de Huerta y
mis manos como por imán descansaron sobre el lomo de Recuento de poemas de
Sabines. Le saque del librero que marcaba L45m y acaricie la portada deslizando
mis yemas sobre el título como si se tratara de un ciego que quiere reconocer la
superficie que determinan el braille. Deslice mis manos y sonreí, recordando
nuestra complicidad.
Me propuse cerrar los ojos y abrir el texto donde mi dedo
señalara. Increíblemente al ir separando las hojas lentamente para que no
estropeara el libro me llegó la sensación de sus dedos mezclándose con los
míos. Fue ahí cuando su ausencia cobro una nítida presencia. Abrí los ojos y me
sentí solo a pesar de tener tantos libros junto a mí y a Sabines en las manos.
Trague mis errores y con una voz temerosa
empecé a leer en voz alta: No es nada de tu cuerpo, ni tu piel ni… en eso el
shhh se dejó escuchar en una sala donde sólo me encontraba la bibliotecaria y
yo. Quise creer que era mi voz aguardientosa la que incito el shusheo (éste
verbo se lo debo a una chica llamada
Itzel). No obstante, continúe en voz baja como quién cuenta un secreto al oído:
ni tus ojos ni tu vientre.
Mis dedos empezaron a temblar al tiempo que mi pie
izquierdo empezaba una danza. En mi mente rebotaba el poema ni ese lugar secreto que los dos conocemos…
y se me vino a la mente la luz que entraba por la recámara a las 6 de la tarde
y hacía pensar en un nuevo amanecer. Recuerdo la primera vez que observé esa
luz, me encontraba recostado sobre la
alfombra boca bajo, hojeando una revista, Bob Marley se escuchaba en la lap.
Había pasado una semana de trabajo y lo único que observaba a mí alrededor eran
fotocopias y fechas por cumplir para la entrega de unos archivos electrónicos.
Eran tardes calurosas con la incipiente amenaza de llovizna, me puse de pie y
me dirigí por un vaso de agua. De regreso a mi habitación note como de un filo
que dejaba la sabana que ocupe de cortina empezaba a iluminarse la habitación.
El reflejo de luz por el color del cuarto hacía ver la pared de un marrón que
no había visto sino en el amanecer junto a la playa.
Recuerdo que un día le invite a ver mi pseudo-amanecer. Estando en la habitación
le tome de la mano para que en mi recuerdo que ahora traigo a mi mente se
visualizara como una experiencia compartida y no una de tantas pachequeras mías
de mi sueño frustrado de artista o trovador.
No
me había percatado de que la bibliotecaria se había acercado donde me encontraba para acomodar unos textos.
El silencio no duró mucho cuando me preguntó qué era lo que leía y le dije con
un tono apenado que Sabines…a lo que ella contesto: bonita elección.
Sólo sonreí y quise seguir con la lectura
pero la señora cada vez más se acercaba a mi como para averiguar qué era lo que
leía de Sabines. Di un medio giro para ocultar mi lectura cuando de repente
sonó mi celular. Antes de que contestara escuche: ¿sabes que no se permite el
uso de celular, verdad? Apreté fuertemente el botón rojo de mi celular y camine
a la salida. Dejé el libro en el mueble indicado y levante la mano en señal de
adiós a la señora. Sólo alcance a ver que sonreía tras bajarse los lentes con la
mano derecha.
Camine hacia las gavetas donde había
dejado mi mochila, saque la llave de mi bolsa trasera para sacarla cuando de
repente volvió a sonar mi celular. Era mi alarma y marcaban las 6 de la tarde. Había tenido el
presentimiento de que fuese ella, después de todo lo que aconteció. Cuando tome
el celular para desactivar la alarma sentí la necesidad de llamarle pero
recordé que no tenía saldo. Me conforme con escribirle estas líneas esperando
que marque algún día en el que el sol vacile con ver un nuevo amanecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario