lunes, 21 de febrero de 2011

Sobre el Lenguaje



El lenguaje es comunicación de lo que se vive
y no de lo que se piensa como vivencia.
Hamman


¿A quién le pertenecen los argumentos, al lenguaje o a quién los emite?


En el presente ensayo me propongo explorar una posible respuesta a susodicha pregunta que al parecer trata de encontrar suelo en cualquiera de los dos polos expuestos; por un lado al lenguaje como conjunto de signos que emplea el hombre para comunicar sus ideas y sentimientos, y por el otro lado el hombre que se personifica o se muestra en el lenguaje que ocupa para comunicar lo que quiere decir. Mi posición al respecto de las dos posibles respuestas tratará de caminar por en medio de las dos con un machete que hará camino, mi machete en este sentido será la propuesta de Carlos Pereda acompañado de su ética de la disputa que a mi parecer trata de encontrar una convivencia en cuanto a dos posturas que se han desarrollado a lo largo del pensamiento, a saber, la fundamentalista y la escéptica. La primera con una razón arrogante y excluyente de aquello que no entra en el juego de sus reglas de conocimiento no es tomado en cuenta, y la segunda, la escéptica que antes de meterse en especulaciones toma una postura negativa afirmando la imposibilidad del conocimiento e incluso negando un diálogo por tal.

Ahora bien, al ya haber mostrado cuál es el itinerario que pretendo seguir, me propongo en las siguientes líneas dar pie a lo dicho. Antes bien, tengo en cuenta que sería “ilícito” no proponer una meta para el presente ensayo, pero a mi parecer sería contradictorio proponer una meta fija cuando sabemos de antemano que al querer proponer un camino es por que se cuenta ya con un método infalible que siempre dará resultados. Pero no es éste mi caso, así que, apelo a la actitud de explorador que siempre estará atento a las cosas que se le presenten, que se detendrá minuciosamente en ellas hasta el más mínimo detalle y que hará todo lo posible para de entregar fielmente las anotaciones y resultados que se obtengan a partir de la investigación. Entonces, sin más preámbulos me propongo que este ensayo- cuál si fuera un explorador- sea, pues, mi bitácora.


A veces considero que es injusto que a las personas se les juzgue por lo que dicen, pues muchas veces lo que decimos no refleja lo que pretendemos decir en su totalidad, incluso también lo que queremos hacer, además muchas veces no necesitamos de las palabras para poder mostrar algo con nuestros actos. A partir de esto, me parecería un acto reduccionista el hecho de que todos tengamos que ofrecer razones y/o explicaciones de porque hacemos lo que hacemos; así si alguien mata a alguien sería tonto pedirle explicaciones, a ese idiota hay que encerrarlo y ya, después podrán venir los asuntos jurídicos y legales pero de entrada habrá que meterlo a la cárcel porque su acto -justificado o no, razonable o no- dice más de lo que probablemente se pueda argumentar .

Ahora bien, sería tonto después del ejemplo que se ha mencionado no aceptar que los actos no “dicen” en el sentido de que una acción pueda “decir más” que mil palabras por su brutal obviedad de lo que significa como acto. Ante esto, el hecho de que los actos signifiquen supondría que ya de antemano este acto este determinado por una comunidad lingüística, ¿Cómo es esto o cómo explicamos esto? Para que un acto signifique es porque su propio significado esta ya valorizado por una comunidad, es decir el acto mismo de matar no dice más nada sino es por un código lingüístico que se ha creado para designar significados a ciertas cosas, es decir, se ha hecho del lenguaje una herramienta a la cuál todos podemos acudir para dar a conocer nuestros pensamientos, pulsiones y nuestras necesidades. Así un infante que va creciendo se le va enseñando (o domesticando) el lenguaje para que se de ha entender, se le enseña a decir o pronunciar “agua” para cuando necesite del liquido, se le enseña a decir “mamá” para referirse a un vínculo familiar más próximo y aquella persona que se encargará de él o incluso se le ha enseñado que la mano dirigiéndose varias veces a la boca significa que tiene hambre.

Antes bien, sería bueno si pudiéramos preguntar sí ¿siempre es necesario legitimar y/o justificar nuestros actos? Para poder ir respondiendo esta pregunta podemos decir en primer lugar que nuestros actos ocurren en un espacio en donde alguien los ve o los puede percibir, sino no, no serian actos como tal o al menos no tendrían una significación estipulada. Entonces, al vernos envueltos en una comunidad -y sabemos que en ella se habla un lenguaje común- y sabemos también que ésta existe a partir de la interacción que hay entre los habitantes y que ésta interacción es la que la mantiene como tal, ¿necesariamente este hecho nos hace ser sujetos de comunicación? la respuesta es obvia, si. No nos podemos escapar de que nuestros actos dicen, de que nuestras acciones se encuentran parceladas en una red de significaciones y, que por tanto, no podemos escapar a lo que el lenguaje ya ha configurado porque nosotros mismos le hemos agregado esa significación si no, no lo haríamos.

Pero, cabe mencionar que existe un problema al apostar que prácticamente todo es lenguaje, por que sustituiríamos una metafísica por otra (por caso, la de los pitagóricos que decían que todo es número), más bien podemos decir que todo lo que conocemos se encuentra primordialmente en el lenguaje. Todo, esto es: también lo inexpresable, aquello para lo que parece que nos faltan palabras (en realidad, no nos faltan, pues el hecho de que ya lo nombramos, siquiera negativamente, por poner un ejemplo cuando decimos cuando algo es desconocido ya ocupamos un término para referirnos a “eso” sea lo que sea y ya de alguna forma ya lo contemplamos en nuestra esfera del lenguaje).

Regresando a la pregunta que había iniciado esto, me parece que somos en cierto sentido sujetos de comunicación porque la comunidad se establece a partir del diálogo que hay entre ellas para preservar un orden en la misma, por ello podemos decir que la comunicación es un rasgo característico que tenemos pero no el único que poseemos, puesto que, también somos también seres volitivos, somos en ciertos casos entes que actúan por mero placer y es en la vivencia plena de ellos en donde no necesitamos decir nada, porque en ciertos casos las palabras nos sobran, no caben. Pues, ¿Qué le podemos decir a una persona que se agota en llanto porque lo acaba de perderlo todo, su casa, sus hijos, su empleo? ¿Nuestras palabras de “aliento” alentaran de verdad a esa persona? ¿Acaso nuestras palabras serán tan fuertes o positivamente aceptadas que sustituirán lo que ha perdido?

Así el hecho de estar justificando nuestros actos (poníamos el caso de la persona que llora) estaría de más la propia argumentación pues el acto mismo habla por sí sólo. Ahora bien, sí un reportero lúcido de televisa le llegará a preguntar: ¿Cómo se siente? Este podrá responder quizá triste, impotente, pero sólo acudirá a esas palabras para que la pregunta del reportero impertinente no quede al aire. Pero, lo que quiero señalar es que las palabras o los argumentos que el pueda dar no satisfacen del todo a quien escucha, o incluso el no encontraría las palabras adecuadas para describirse, puesto que, las palabras no agotaría su caso, ya que, su situación en la que se encuentra rebasa por sí sola el hecho de argumentar. A la pregunta inicial de este ensayo que versa así: ¿a quién le pertenecen los argumentos, al lenguaje o a quién los emite? Podemos decir con lo que hemos dicho que tal vez al autor; porque de alguna manera suponemos que el lenguaje se acomoda a partir de lo que el hablante quiere comunicar. Los fines pueden ser diversos, convencer, mostrar, persuadir, conmover, pero resaltemos el hecho de comunicar como se pueda; y por comunicar creo que nos separamos del hecho de tener necesariamente que argumentar a favor de nuestros actos.

Mi intensión no es el hecho de poner la vivencia por encima de cuestiones de conocimiento, como si con mi vivencia quisiera pregonar una especie de evangelización de la vida, pues sería caer en un extremo radical de que cada quien vive su vida como le venga en gana, y en ese sentido sería poner como absoluto la vida y podríamos caer en el error de eliminar la propia vida de un tú, la de un él o la mía al afirmar que todo es vida. Ahora bien, ¿Por que no hacerle caso a la propia vivencia? Porque no generaría un conocimiento a la comunidad en que se está, ahora bien, para hacerle caso a mi propia vivencia se tendrían que establecer un acuerdo para que a cada miembro de la comunidad se le permitiese disfrutar del hecho de labrar su propia vida, pero entonces necesitaríamos de argumentos para justificar nuestro deseo y necesidad de hacernos de nuestra propia vida, y es por ello que no podemos quedarnos en el plexo de que mi vida como sí esta fuera la única realidad de la cuál me tengo que ocupar.

Y nos topa también el hecho de que mi vida como tal no es sino por la interacción que hay con los demás. ¿Qué quiero decir con lo anterior? pongamos un ejemplo para explicitar mejor. La acción placentera en sí misma no nos “diría” nada porque el en sí mismo no existe como tal. Lo que si existe es un entramado de cosas que le permiten diferenciarse de las demás y así reconocerse. Ante ello podemos notar dos cosas, la de conocimiento y la de reconocimiento; cabe explicar, al ir conociendo las cosas “externas” nos vamos reconociendo, porque evidentemente no somos esas cosas, y ya en ese momento vamos generando conocimiento de las cosas que no somos. Y ya después entra el acto del reconocimiento de que si no somos esas cosas nos vamos conociendo tal como nosotros mismos nos vamos mostrando, aunque al final nunca sepamos del todo lo que somos.

Entonces, podemos decir que mi vida como tal no se construye por sí sola, sino que necesariamente necesita de otras para diferenciarse, para compararse incluso para ver si tiene algún sentido, necesitamos pues de un suelo común en donde puedan darse todas estas acciones. Decimos, pues, que necesitamos de la convivencia con los demás, pero ¿cómo se da esta convivencia? ¿Quién establece las reglas del juego? ¿Cuales son estas reglas? ¿Qué se permite hacer y que no? ¿Qué pasa si alguien decide romper las reglas? ¿Hay, acaso, un ganador en este juego? No aseguro responder explícitamente a estas preguntas, pero al menos sí quiero evidenciar que estas preguntas serán un marco de referencia por dónde andaré explorando para no perderme en la vastedad de lo que se pueda decir al respecto. Ahora, pues, damos inicio a otra exploración.

Cuando nos encontramos insertos en una sociedad, notamos que esta sociedad habla de una forma determinada porque su lenguaje ha sido construido para ciertos fines, pero cabe mencionar que antes ya se habían establecido los significados que tiene las palabras para poder usarlas como referencias, es decir cuando yo le interrogo a alguien acerca de dónde queda el sanitario el sabrá a que me refiero y tratará de indicarme debidamente por donde debo dirigirme para llegar al lugar por el cuál le he preguntado. “El uso y la necesidad hacen aprender a todos la lengua de su país. ”Con la cita anterior tenemos dos cosas a considerar. La primera es que el lenguaje sirve en primera; como diferencia, es decir, las diferentes sociedades que puedan existir en el mundo poseen una lengua común en dónde sólo ellos saben lo que significan los signos y símbolos con los que se refieren al mundo. Eso se nota como una identidad, pues la lengua materna que poseen es la que les hace perpetuarse como tal, es decir, a partir de ciertos hábitos y costumbres que van organizando a partir del lenguaje. Es pues la lengua lo que constituye a una comunidad determinada como cultura.

La segunda es que el uso y la necesidad del lenguaje hacen de este la primera institución social; no le pertenece a nadie en específico, sino a la comunidad que necesita de los códigos lingüísticos para expresar lo que sienten y lo que necesitan. Es decir, el lenguaje es el medio para comunicar lo que hay en el hombre y este sirve de vehículo para expresar lo anterior. Podemos sacar que la cultura le pertenece a todos en cuanto son partícipes del lenguaje que forja esta cultura, si se pensara que hay alguien que no colabora al hecho de hacer cultura estaríamos diciendo que esa persona no pertenece a la comunidad, puesto que no usa el lenguaje de la comuna. El lenguaje apega al hombre a una comunidad determinada, poseer lenguaje significa, entonces, estar en una sociedad, cultura y el servirse de ella para la subsistencia.
Ahora bien, dentro de la sociedad hay ciertas instituciones públicas que ayudan a cumplir los fines que tenga determinada sociedad, esto hace que la comunidad tenga ciertas parcelas. Para ejemplificar, tenemos que hay jueces que van determinando cuales son las leyes que se aprueban o no, castigos que se deben de aplicar o no. Hay ecologistas que trabajan por construir en la sociedad una conciencia de la preservación del medio, hay filósofos que andan pensando el mundo para salvarlo de su enajenación y salvarse ellos mismos, hay economistas que trabajan para predecir las ganancias o pérdidas de sus acciones en las bolsas del mundo. Hay ingenieros que experimentan que material le pueda resultar más ecológico y más económico para que le de más ganancias personales. Todos trabajan desde su campo para lo mismo de algún modo, es decir, trabajan para la sociedad, pero hay algo que quiero resaltar y es que desde su campo cada uno ocupa un lenguaje propio.

Así es, aunque todos vivan en la misma comunidad, en su parcela necesitan de otro lenguaje para poderse entender con sus colegas y trabajar sobre lo suyo, de alguna manera se desprenden un poco de ese lenguaje común, no es que lo olviden sino que ellos han creado un lenguaje secundario que les ha ayudado a avanzar sobre su campo. Por ejemplo, el filosofo a inventado conceptos como “inconmensurabilidad” y con ello quiere decir algo específico con respecto a su campo porque seguramente el policía que trabaja para resguardar el orden no tiene idea de lo que esta palabra significa, incluso puede decir que ni siquiera sabia que existía. El economista o un corredor de bolsas no necesitan de conceptos como el ya mencionado sino necesita de números para poder entrarle. Así también el ecologista necesita calcular el índice de CO2 para calcular el nivel de preocupación que debe tener para advertir a la población que no circule más su automóvil.

Con lo descrito sacamos lo siguiente: que cada quien dentro de su campo cuanta con un lenguaje alterno el cuál posibilita que sus hablantes se pueda comunicar, ahora bien debido a la singularidad que muestra cada uno se muestra de momento imposible que se puedan mezclar diferentes campos semánticos, es decir en el sector jurídico es imposible se tornaría imposible querer dialogar empezando a argumentar lo siguiente: me parece que es imposible que se legalicen los matrimonios si primero no se ha tomado en cuenta que el H2O hierve a 212,00ºF; tal vez podría decir un filosofo que la propuesta del químico es inconmensurable con la del legalista, ahora bien, lo que se nota es que ambos deben de hablar un mismo lenguaje para que se entiendan sino no hay avance en la legalización de los matrimonios gays. Ahora bien lo que ganamos es que al ver lo ocurrido en el caso anterior notamos los límites del lenguaje de cada uno y en esos límites dejan bien marcados cuáles son sus horizontes de comprensión (podría decir algún hermeneuta casado con Gadamer).

Y con respecto a la pregunta nodal del siguiente ensayo, ¿Qué pasaría? ¿A quién le pertenecen los argumentos, al lenguaje o a quién los emite? Podíamos quizá a apostar de que al lenguaje, pero, ¿Por qué? Por que suponemos que hay modelos de argumentación específicos para satisfacer ciertas necesidades e intereses y que los encontramos para ocasiones específicas o para desarrollarnos en ciertos campos específicos y, por supuesto, limitados. Así, para poder entender cuando debemos de dejar de consumir comida chatarra debemos de entender primero o tener una noción preliminar de que el exceso de carbohidratos y grasas bloquean las arterias, que son los conductos por los que fluye la sangre, y que debido a ese bloqueo pueden ocasionarse en nuestro cuerpo ciertas enfermedades como la diabetes, la hipertensión, infartos y un montón de cosas que a primera vista no nos dicen nada, pero que cuando lo familiarizamos con nuestro lenguaje primario o familiar empezamos a dejar de consumir en exceso ese tipo de alimentos que contengan los espantosos carbohidratos y grasas porque lo que nos están diciendo de fondo es que vamos a morir o que no podremos disfrutar de una vida saludable si es que queremos seguir viviendo.

Entonces parece que los argumentos pertenecen a un lenguaje en el cuál nosotros podemos ver implicaciones existenciales de cualquier índole. Incluso a la hora de querer decir algo en este ensayo para que me sea evaluado tengo que recurrir a un repertorio de palabras dentro de mi campo(el filosófico) para que sea entendido y con ello yo pueda obtener una calificación y así pasar una materia y continuar mis estudios de posgrado. Pero entonces, ¿Son todas estas mis palabras? Pues, parece que no, porque me he servido de un repertorio de palabras que ya estaban ahí -aunque específicamente no pueda decir dónde- para elaborar este ensayo y he tratado de acomodar estas palabras conforme a una reglas de la gramática para que tenga cierta coherencia todo lo que he escrito hasta el momento. Pero, entonces ¿dónde está lo que yo pienso al respecto de lo que me he venido preguntando si sólo me he servido de un lenguaje ya construido en donde las palabras ya tienen una carga de significado específica que el mismo lenguaje ha estipulado o determinado?

No parece un buen camino el que nos arroja la posible repuesta que lanzamos, porque entonces lo que resultaría sería es que somos sólo títeres que juegan a ser el titiritero del lenguaje que puede usarlo a su antojo. Pero, entonces sólo seriamos parte de lo que alguien ha dicho que seamos, pero entonces, ¿quien nos puso a actuar? No quisiera caer en esencialismos ni mucho menos aunque se antoja salvable para el momento de angustia. Ahora bien ante este panorama, me parece pertinente empezar a trazar un camino que medie entre las dos posibles respuestas que he mencionado, doy pues paso a lo que en el comienzo de este ensayo mencione.

La pregunta que trata de animar para empezar a cortar monte me parece que sería la siguiente: ¿Cómo conciliar a las dos posturas antes mencionadas, es decir a la que apuesta por el lenguaje y la que apuesta por el que emite el lenguaje? Me parece que el primer paso para la conciliación y para el avance del camino es necesario que las dos empiecen a convivir, que ninguna de las dos se excluyan mutuamente. Me parece que esa sería lo mejor porque en la convivencia se podría dar un diálogo que permita la expresión de ambas sin caer en determinismos absolutos y definitivos. Es pues, creo, en la misma convivencia en donde se van estableciendo las propias reglas en las que se pueda seguir conservando tal convivencia, porque sí de antemano de trata de corregirlas imponiéndoles un molde de convivencia se les estaría reduciéndolas sólo a hacer lo que queremos que sean y no permitiéndoles que se muestren tal y como son (si eso es que existe).

Al encontrarnos ante la necesidad de hacernos de nuestro propio camino, quiere decir que hemos aceptado un camino fuera de todo respaldo metafísico por decirlo de algún modo, pero ello no quiere decir que, por tanto, se haya olvidado o se haya rechazado como sí se tratase de una nieve que no es de nuestro agrado sino que simplemente a partir de lo que esas posturas nos mostraban no queremos seguir ese camino ya trazado y al ver nuestra vida cómo sólo operantes de ese juego decidimos trazar el propio, ante la grieta que abrimos cuando cuestionamos porque las cosas son así y no de otro modo es cuando tratamos de encontrar sentido a lo que se nos esta presentando como circunstancia. Entonces podemos decir que la Historia no es un peso bien establecido y fijo (o sea, un peso muerto) que cada uno de nosotros hubiera de llevar a cuestas, sino que, como el lenguaje es algo que ha de ser reformulado a cada momento, y que obtiene sentido sólo a través de las obras y manifestaciones que hagamos nosotros los individuos.

Entonces podemos decir que el lenguaje no es esa estructura lingüística que se encuentre ahí como un objeto ya hecho y que nosotros sólo podamos acudir como si se tratará de que la puedo portar a mi gusto, ello sería sólo lo que la semántica pensaría, pero en nuestro caso el lenguaje como tal debe de ser reformulado para que yo pueda ocuparlo e imprimirle el sentido que deseo mostrar con mis palabras, entonces me atiendo y me entiendo con el lenguaje porque yo mismo me veo como un discurrir entre frases y pronunciaciones que van marcando indicativamente el rumbo que he decidido tomar. Así pues tampoco puedo decir que el lenguaje sólo me pertenece a mí sino que gracias a que los demás pueden reconocer ese mismo lenguaje del cual yo me ocupo para entenderme es que mis propias posibilidades de mostrarme se hacen factibles.

Empezamos, pues ha ver cómo es que si es posible una convivencia en las dos posturas. Ahora bien, en la actualidad el destino de las sociedades se encuentran trazadas por un discurso económico-político y ese discurso esta concentrado en unas potencias mundiales que van estableciendo el rumbo que ellos han decidido propio del mundo. Ante eso, como habitante del mundo no puedo quedarme callado, porque hay personas que están decidiendo como debo yo de acoplarme a esas condiciones si es quiero vivir. Entonces lo que necesito urgentemente es dialogar sobre esas condiciones que han elegido para la vida, pero, ¿Qué argumentos necesito para hacer valer mi punto de vista no cayendo en un subjetivismo sino apelando a un intersubjetivismo en donde todos nos encontramos en convivencia y en dónde se haga valer la importancia que tiene el recurrir al diálogo?

Ante esto, Pereda nos puede brindar bastantes formulas para establecer un diálogo en donde los dos bandos puedan éticamente dar sus puntos de vista, esto con el fin de no zozobrar el intento de conciliar los dos bandos. Las reglas de la disputa nos serán de mucha ayuda para establecer un lugar propicio en donde ambos bandos puedan hacer notar cuales son sus pretensiones e intereses y con ellos ver en la medida de lo posible cómo es que se pueden llegar a acuerdos que satisfagan las dos partes. A decir, Pereda se enfoca mucho en hacer ver que antes de que las personas que se pongan a dialogar o a debatir deben de contar con ciertas actitudes o virtudes epistémicas para que el dialogo tenga frutos buenos, es decir, se deben a apegar a ciertas reglas para que se pueda dar una sana disputa.

A saber las reglas son las siguientes cuatro: 1) Con respecto a las perplejidades, conflictos y problemas de creencias, piensa que tratarlos con argumentas conforma el modelo para enfrentar las dificultades. Sobre esta primera regla Pereda nos dice que la mejor forma de hacer ver claramente lo que queremos decir es argumentando, ya que la acción de argumentar radica en toda aquella persona que tiene la capacidad de razonar, en el sentido de que piensa y puede respaldar lo que piensa; 2) Ten cuidado con las palabras. Ante esto advierte Pereda que existen dos tipos de violencia latente en la argumentación, la externa y la interna. La primera se refiere a cuando alguien desquiciado por argumentar cambia un argumento por un gancho al hígado, y la segunda cuando en los propios argumentos se encuentras palabras que mediante la “falsificación” de argumentas se quiera ganar la disputa; 3) Evita los vértigos argumentales. Pereda dice que: se sucumbe a un vértigo cuando quien argumenta constantemente prolonga, confirma e inmuniza el punto de vista ya adoptado en la discusión , y; 4) Atiende que tus argumentos no sucumban a la tentación de la certeza o a la tentación de la ignorancia, pero tampoco a la tentación de poder o a la tentación de impotencia. Sobre esto último el autor nos advierte que no debemos de caer en el fundamentalismo ni tampoco en el escepticismo porque no se permitiría el diálogo, así estas reglas no se pretende que sean imposiciones éticas sino indicadores que tratan de establecer un convivencia en dónde no se caigan en estos extremos. Pues tener en cuenta estas reglas-indicadores- pretende tener de antemano una actitud que permita el diálogo.

Sobre este camino es, pues, donde se puede empezar a andar. Ahora bien las reglas-indicadores no lo son todo, ya que, Pereda incluye ciertas virtudes epistémicas que deben de prevalecer en las personas que se someten a la disputa, a saber estás son: integridad epistémica, el rigor y espíritu de rescate. Estas virtudes mencionadas anteriormente pertenecen a un segundo orden, entonces supondríamos que hay una de primer orden las cuales son: constrastabilidad empírica, el poder prospectivo, la coherencia y el poder explicativo. Las virtudes mencionadas deben de encontrarse implícitas a la hora de apostar por algunos círculos argumentales que nos ayudarán a completar el desarrollo de la disputa. Es pues, la ética de la disputa, una propuesta para el debate que se pueda dar en las distintas disciplinas del saber en dónde se puedan establecer los acuerdos para normar el propio conocimiento. Ahora sólo queda que los dialogantes puedan ver esta propuesta como una nueva vía que se va construyendo y reconstruyendo para todo aquel que quiera defender su posición, y de que mejor manera que la de argumentando.

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