viernes, 14 de febrero de 2014

La búsqueda de la verdad o de la actitud del filósofo


Prefiero hablar de las cosas imposibles,
Porque de las posibles se sabe demasiado.
Silvio Rodríguez


Con la afirmación de Silvio Rodríguez se expone, en toda su extensión, la pretensión de abordar un tema por demás interesante en una época donde diversos medios ponen a nuestra disposición un universo de información. Lo interesante radica en cómo esa información puede convertirse en un conocimiento para nosotros, ya que, podemos argüir que información no es igual que conocimiento. Sobre los procesos de como se constituye el conocimiento me parece pertinente resaltar una actitud para que dicho proceso pueda lograrse efectivamente.






Esa actitud se intuye en la preferencia señalada por Silvio Rodríguez y es la forma en cómo nos entregamos a lo desconocido, no simplemente porque en nosotros exista una curiosidad como la del minino sino porque prevalece en nosotros una búsqueda por la verdad, por saber qué son las cosas. Esa actitud de conocer la verdad, de indagar sobre las cosas, en general, de búsqueda la encontramos en aquellos amantes de la sabiduría, es decir, en los filósofos.

Desde sus orígenes en la antigua Grecia la filosofía no refería a un tema de estudio o a una ciencia sino que indicaba a una persona, a un modo de vida, a una inclinación de las personas por encontrar el por qué de las cosas. Por tanto, la filosofía no es algo que podamos encontrar en los libros sino que lo encontremos en los libros de aquellos nombrados filósofos es producto de esa actitud de búsqueda de la verdad. Para muchas personas los filósofos les resultan seres extraños en varias formas, en una muy señalada y es la siguiente: no se sabe muchas veces de qué hablan.

Esa creencia radica en el hecho de la incomprensión del quehacer del filósofo, pero es la pregunta por lo desconocido o como diría Silvio de lo imposible lo que resulta extraño. Y aquí estriba algo sumamente importante, cuando nos disponemos a conocer, nuestro deseo no se sosiega en las respuestas rápidas sino que seguimos indagando hasta que nuestras pretensiones de encontrar la verdad se encuentren satisfechas, pero esa verdad desencadena la pregunta por otra cosa y así la actitud de búsqueda se encuentra en permanente actividad.

Por tanto, podemos concluir sobre este punto que el filósofo toma la información que encuentra  ala mano y pasa por un exhaustivo examen hasta encontrar en esa información elementos suficientes que le permita fundamentar lo que como conocimiento ha obtenido. ¿Qué pasa entonces con aquellas personas que no están dedicados a la filosofía? ¿Estarán destinadas a la obtención de pura información? ¿Lo que queda es leer exclusivamente a los filósofos para obtener un conocimiento?



Las preguntas arriba expuestas son atinadas, y es tarea de este interlocutor dar contestación. Pero antes de llevar a cabo esa tarea me parece necesario aclarar al amable lector en qué consiste la diferencia entre información y conocimiento y por qué uno no es sinónimo de lo otro.  Para ilustrar esta diferencia me remito a un noticiero, en él se nos presenta información seleccionada, con la intención de hacer sobresalir lo más relevante para una comunidad. Cuando informan sobre el cierre de la Bolsa Mexicana vemos cifras y porcentajes y nos dicen que finalizo positivamente o con perdidas, ya sea el caso. Tenemos ese dato, pero ¿Sabemos cómo se llego a ese resultado? O ¿Cómo es que se maneja la bolsa, cómo se determinan, bajo qué criterios, quienes participan, qué beneficios tiene?

El noticiero hace su trabajo de informador, pero ¿en quien reside la tarea de responder a las preguntas arriba expuestas? Si en nosotros brota la actitud de conocer ese mundo financiero, buscaremos fuentes que nos arrojen información para que consecuentemente obtengamos un conocimiento sobre dicha materia. ¿Qué es, entonces, el conocimiento? Si hemos llegado hasta aquí significa que hemos podido saber, por lo menos, lo que no es conocimiento.

El párrafo anterior nos arroja luz sobre un hecho de notable importancia y es el hecho de que la indagación por el conocimiento  y a saber qué son las cosas no  es algo exclusivo del filósofo sino que es patrimonio de todo aquél que se disponga a sumergirse en el mar del saber a fin de sacar a flote lo que quiere conocer. Ante esto, es necesario recordar que la filosofía no es una ciencia sino una disposición y una actitud hacia el saber que involucra un modo de vida ligado a la reflexión y a la crítica.

Al principio mencionaba que hoy día tenemos la oportunidad de encontrarnos con un universo de información, pues bien ese universo bien nos puede informar sobre muchas cosas pero lamentablemente no nos forma como seres pensantes en búsqueda de conocimiento. Me remito a un ejemplo si nosotros buscamos teorías acerca del origen del universo en internet nos aparecerán millones de referencias desde una teoría científica hasta una serie de televisión intitulada the big bang theory, ¿cómo saber diferenciar la información? ¿cómo filtrar tal información para obtener elementos suficientes que nos permitan obtener conocimiento?


En esa necesidad de aclarar las respuestas antes elaboradas surge la actitud que habíamos identificado en los filósofos y que hoy día encontramos como patrimonio del pensamiento occidental heredado, pero sobre todo a no mostrarnos pasivos o receptivos sino también a mostrarnos involucrados en la faena del saber. Sobre este punto comparto lo dicho por Platón expuesto a través de Sócrates: “[…]estoy dispuesto a sostener con palabras y con hechos, si soy capaz de ello, que la persuasión de que es preciso indagar lo que no se sabe, nos hará sin comparación mejores, más resueltos y menos perezosos, que si pensáramos que era imposible descubrir lo que ignoramos, e inútil buscarlo”. 

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