Nadie puede negar que en
estos tiempos las necesidades económicas sean el punto de balance para realizar
la mayoría de las actividades del ser humano. Hasta el amor no se ha podido
escapar de tal condición, basta observar los 14 de febrero, los 10 de mayo y
cualquier otro día que exija socialmente demostrar amor, cariño, fraternidad,
etc., aclaro que el amor no sólo se resume en esas fechas sino que es algo más
complejo pero lo importante es subrayar querámoslo o no que genera un gasto.
Desafortunadamente la educación pasa por este balance que he mencionado líneas
atrás a tal punto que podemos decir que las aspiraciones profesionales radican
en la capacidad económica de solventar la carrera o en algunos casos la de
poseer una beca que garantice la permanencia.
El tema que he traído a colación
versa sobre la vocación a las necesidades económicas. Pues bien, no sólo como he
señalado arriba, que las aspiraciones profesionales dependen de la economía
familiar sino también la elección de la misma depende de las aspiraciones
económicas que los individuos tengan. Lo anterior no es otra cosa que la
proyección financiera que esperan tener para gozar de una vida mejor.
Decantarnos más por lo que podamos obtener que por lo que podamos dar es
olvidarnos de la vocación. A continuación explicaré por qué y cuáles son los
problemas que esto acarrea desde un punto de vista filosófico.
Antes de empezar es
necesario aclarar al amable lector que se entiende por vocación. La vocación es
la inclinación a realizar una actividad concretísima en nuestra vida individual
a tal punto que eso se refleja en ofrecer un servicio que creemos firmemente
que la sociedad necesita. Así cuando nosotros elegimos estudiar medicina no
estamos pensando en el “Doctor García” sino que estamos proyectando ser un
doctor que se comporte de tal forma, trabajando en tal lugar, luchando por
mitigar tal enfermedad, alentando a tales aspirantes a. etc. En pocas palabras
cuando se elige una profesión u oficio estamos pensando en cubrir una necesidad
social a tal punto que logremos perfeccionarla y alentar a demás personas a
realizar las cosas de la mejor forma posible.
En el caso de la vocación religiosa es
bastante singular la forma en cómo se entiende. Me permito traerlo a colación.
La vocación tiene una fuerte connotación con un llamado, sí un llamado
celestial que ocurre en la vida de los seminaristas. Ese llamado es tan
precioso porque es un llamado a servir. La vida de Dios en la tierra fue la de
servir, pero no como lo hace alguien por recibir un sueldo sino a servir porque
ahí se encuentra el corazón humano, por
ende, el de la felicidad y por lo consiguiente el camino hacia Dios. Entonces la vocación en estos dos ámbitos nos
permite observar que las cosas que decidamos para nuestra vida no se
fundamentan en lo que solamente yo quiero
hacer sino en lo que tengo que hacer
para servicio de la sociedad en la que me desenvuelvo.
No olvidemos que las
carreras y oficios nacen del menester
social de cubrir huecos que ella misma va generando, es decir,
necesitamos personas que velen por la salud, por la seguridad, por la limpieza,
por los alimentos, etc. Pese a esto lo que pondera hoy día estriba en el hecho
de qué cosa me remunera mejor y cada vez más económicamente. El lector en este
momento estará pensando en cuáles son esos oficios o profesiones que dan más
dinero, basta mencionar el político, abogado, médico, prestamista, etc., y qué
digo sobre las personas que nos dedicamos a la filosofía. Antes de decirle eso
a nuestros padres la respuesta fulminante es: “Te vas a morir de hambre”. Me
imagino que esto no sólo nos pasa a los filósofos sino también a los arqueólogos, filólogos, escritores, y
todo aquello que tenga que ver con las humanidades.
Si la vocación hoy día (no
digo que todos los que estudian una profesión lo hacen por dinero sino
también por vocación) es sustituida por el
factor económico (ya sea para solventarla o por lo que esperamos obtener) cabe
la pregunta de saber que nos espera de los servicios que puedan dar aquellas
personas certificadas para ejercer tal profesión o tal oficio. Dedicarse a algo
no es garantía de hacerlo porque verdaderamente sentimos la necesidad de
hacerlo tal y como lo hemos explicado anteriormente con respecto a la vocación.
¿Cómo solucionamos este dilema al que hemos llegado reflexionando sobre este
tema?
Una solución podría ser
luchar por una sociedad más justa y equitativa que permita albergar y reconocer
socialmente la función que cada uno desempeña en la misma. Por ello es
necesario que la escuela como plataforma de formación de los individuos cumpla
su tarea de ser un puente de perfeccionamiento de los individuos y, por ende,
de la sociedad. Pero solo la escuela no es suficiente, nuestra vida moderna ha devenido
en instituciones sociales, es menester que las mismas instituciones cumplan
faena social. Por ello debemos estar al pendiente de lo que propone el gobierno
federal y estar atento a las iniciativas que proyecta para que la sociedad
civil participe y esto ayude indudablemente al desarrollo de nuestro México.
No solamente del gobierno
federal, sino también del estatal, municipal, etc. El chiste es que juntos como
sociedad, como organización y como comuna aseguremos un futuro que permita que
la sociedad no decante en sólo y exclusivamente problemas económicos. Esto no
es un sueño guajiro, soy consciente de que el dinero ha prevalecido como valor
predominante sobre el desarrollo de las naciones, pero cabe la pregunta sí esa
es la única forma en cómo pueden seguir manteniéndose los estados-naciones. Ante
este panorama se encuentra el deseo de que las nuevas generaciones posean la vocación
no sólo de servir sino ayudar a transformar el mundo en el que vivimos porque
no sólo se trata de acoplarnos a lo que vivimos sino de proyectar mejores
formas de convivencia humana.
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