viernes, 31 de mayo de 2013

De la vocación a las necesidades económicas.

Nadie puede negar que en estos tiempos las necesidades económicas sean el punto de balance para realizar la mayoría de las actividades del ser humano. Hasta el amor no se ha podido escapar de tal condición, basta observar los 14 de febrero, los 10 de mayo y cualquier otro día que exija socialmente demostrar amor, cariño, fraternidad, etc., aclaro que el amor no sólo se resume en esas fechas sino que es algo más complejo pero lo importante es subrayar querámoslo o no que genera un gasto. Desafortunadamente la educación pasa por este balance que he mencionado líneas atrás a tal punto que podemos decir que las aspiraciones profesionales radican en la capacidad económica de solventar la carrera o en algunos casos la de poseer una beca que garantice la permanencia.

El tema que he traído a colación versa sobre la vocación a las necesidades económicas. Pues bien, no sólo como he señalado arriba, que las aspiraciones profesionales dependen de la economía familiar sino también la elección de la misma depende de las aspiraciones económicas que los individuos tengan. Lo anterior no es otra cosa que la proyección financiera que esperan tener para gozar de una vida mejor. Decantarnos más por lo que podamos obtener que por lo que podamos dar es olvidarnos de la vocación. A continuación explicaré por qué y cuáles son los problemas que esto acarrea desde un punto de vista filosófico.


Antes de empezar es necesario aclarar al amable lector que se entiende por vocación. La vocación es la inclinación a realizar una actividad concretísima en nuestra vida individual a tal punto que eso se refleja en ofrecer un servicio que creemos firmemente que la sociedad necesita. Así cuando nosotros elegimos estudiar medicina no estamos pensando en el “Doctor García” sino que estamos proyectando ser un doctor que se comporte de tal forma, trabajando en tal lugar, luchando por mitigar tal enfermedad, alentando a tales aspirantes a. etc. En pocas palabras cuando se elige una profesión u oficio estamos pensando en cubrir una necesidad social a tal punto que logremos perfeccionarla y alentar a demás personas a realizar las cosas de la mejor forma posible.

 En el caso de la vocación religiosa es bastante singular la forma en cómo se entiende. Me permito traerlo a colación. La vocación tiene una fuerte connotación con un llamado, sí un llamado celestial que ocurre en la vida de los seminaristas. Ese llamado es tan precioso porque es un llamado a servir. La vida de Dios en la tierra fue la de servir, pero no como lo hace alguien por recibir un sueldo sino a servir porque ahí se encuentra el corazón humano,  por ende, el de la felicidad y por lo consiguiente el camino hacia Dios.  Entonces la vocación en estos dos ámbitos nos permite observar que las cosas que decidamos para nuestra vida no se fundamentan en lo que solamente yo quiero hacer sino en lo que tengo que hacer para servicio de la sociedad en la que me desenvuelvo.

No olvidemos que las carreras y oficios nacen del menester  social de cubrir huecos que ella misma va generando, es decir, necesitamos personas que velen por la salud, por la seguridad, por la limpieza, por los alimentos, etc. Pese a esto lo que pondera hoy día estriba en el hecho de qué cosa me remunera mejor y cada vez más económicamente. El lector en este momento estará pensando en cuáles son esos oficios o profesiones que dan más dinero, basta mencionar el político, abogado, médico, prestamista, etc., y qué digo sobre las personas que nos dedicamos a la filosofía. Antes de decirle eso a nuestros padres la respuesta fulminante es: “Te vas a morir de hambre”. Me imagino que esto no sólo nos pasa a los filósofos sino también  a los arqueólogos, filólogos, escritores, y todo aquello que tenga que ver con las humanidades.



Si la vocación hoy día (no digo que todos los que estudian una profesión lo hacen por dinero sino también  por vocación) es sustituida por el factor económico (ya sea para solventarla o por lo que esperamos obtener) cabe la pregunta de saber que nos espera de los servicios que puedan dar aquellas personas certificadas para ejercer tal profesión o tal oficio. Dedicarse a algo no es garantía de hacerlo porque verdaderamente sentimos la necesidad de hacerlo tal y como lo hemos explicado anteriormente con respecto a la vocación. ¿Cómo solucionamos este dilema al que hemos llegado reflexionando sobre este tema?




Una solución podría ser luchar por una sociedad más justa y equitativa que permita albergar y reconocer socialmente la función que cada uno desempeña en la misma. Por ello es necesario que la escuela como plataforma de formación de los individuos cumpla su tarea de ser un puente de perfeccionamiento de los individuos y, por ende, de la sociedad. Pero solo la escuela no es suficiente, nuestra vida moderna ha devenido en instituciones sociales, es menester que las mismas instituciones cumplan faena social. Por ello debemos estar al pendiente de lo que propone el gobierno federal y estar atento a las iniciativas que proyecta para que la sociedad civil participe y esto ayude indudablemente al desarrollo de nuestro México.


No solamente del gobierno federal, sino también del estatal, municipal, etc. El chiste es que juntos como sociedad, como organización y como comuna aseguremos un futuro que permita que la sociedad no decante en sólo y exclusivamente problemas económicos. Esto no es un sueño guajiro, soy consciente de que el dinero ha prevalecido como valor predominante sobre el desarrollo de las naciones, pero cabe la pregunta sí esa es la única forma en cómo pueden seguir manteniéndose los estados-naciones. Ante este panorama se encuentra el deseo de que las nuevas generaciones posean la vocación no sólo de servir sino ayudar a transformar el mundo en el que vivimos porque no sólo se trata de acoplarnos a lo que vivimos sino de proyectar mejores formas de convivencia humana.

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