martes, 19 de enero de 2010


El tiempo es un niño que juega a los dados
Heráclito

Negar la sucesión temporal es un deseo absurdo, negar la contingencia es pensar en una estructura estática para el ser que comprende su temporalidad y qué en esa estructura el ente pueda gozar de una esencia. Una esencia al estilo platónica con su inmutabilidad, inmovilidad y su eternidad.
La eternidad en sí misma, para una estructura que pueda pensar el tiempo, no tiene la menor duda, se puede concebir sin ningún problema sí se tiene presente alguna moral que incluya un Dios del tipo judeo-cristiano; que pueda consolar el génesis del mundo mediante su logos. El problema empieza cuando hay una creación que se interroga por su movimiento intrínseco de interpretación que no ve claro el problema del tiempo.

El mismo se sabe un ser temporal que obviamente cumple con ciclos como el nacer, crecer, reproducirse y morir. Pero ¿Qué hace del tiempo algo que le preocupa al hombre? El tiempo resulta problema, creo, cuando el hombre no se sabe dueño de una temporalidad que le llega y le arrebata el sueño, sabiéndose en la diáfana verdad que es finito.
Si seguimos el aforismo de Heráclito le damos un propio peso al tiempo que sin duda es algo externo a los sujetos y que nosotros sólo somos presos de ese juego. El azar se vuelve la misma vida llena de momentos novedosos. El presente resulta como un obsequio[1]. Pero ese obsequio sólo se puede apreciar si se toma en cuenta que el hombre no posee un telos y que la Historia no tiene un significado propio, sino que la propia Historia está al servicio del hombre.

Lo novedoso es propio del presente, lo nuevo es casi siempre lo que aprendemos, las nuevas cosas que integramos a nuestra experiencia, lo novedoso es también algo de lo que tomamos cuidado pues no sabemos que nos vendrá mañana o dentro de dos horas, nos cuidamos incluso del mismo tiempo.
Hay una actitud que necesitamos mostrar ante esta preocupación en torno al devenir, y es que debemos de seguir sintiéndonos fiel a lo que hemos hecho y lo que hemos logrado. Puesto que si dudamos de lo que hemos hecho o nos sentimos culpables de algunos actos que hemos cometido en el pasado; el futuro como presente inmediato nos resulta más difícil de inhalar puesto que llevamos una cadena colgándonos.
Debemos de sacar la culpabilidad de nuestra conciencia histórica, puesto que el hecho de anular la culpa nos brindará un poquito de aire fresco para sumergirnos en el placer del presente. Entonces el presente será la apertura del pasado y el futuro siempre y cuando resulte como momento creativo. El presente como un estar siendo lo radicalmente nuevo es lo único que resulta real en el mundo que nos ha tocado habitar.

Si bien el hombre concibe el tiempo desde una estructura gramatical que es: pasado, presente y futuro. Pongo un ejemplo: yo fui, yo soy y yo seré.
Quizá la estructura gramatical nos ayude un poco a diferenciar el plexo ontológico en el que se desenvuelve el ser, pero quizá la propia estructura gramatical no termine de decir lo que propiamente estoy pensando para abordar lo que quiero. Puesto que el presente al que me refiero es al “siendo” no “soy algo” tampoco “seré algo” tal vez sí “fui algo” pero ahora ya no lo soy.
Si bien hay una palabra que más o menos me ayuda a mostrar lo que quiero decir con la actitud ligada al siendo del hombre en su discurrir por el mundo, pero al presente del “siendo” es imposible adjudicarle algún adjetivo valga la rebuznancia. El siendo mismo resulta una incógnita que no limita su hecho de ser sino todo lo contrario resulta que alimenta la mismas ganas de seguirse creando a la manera que se le antoje crearse.

Somos artistas de nuestra propia existencia. Somos creadores de nuestra propia historicidad tal vez no por un porvenir, sino por un crear por placer de crear. Y aquí se presupone la muerte como la limitante de no poder crear, resulta más o menos como la imposibilidad de la posibilidad.
Un día le escuche decir a mi maestro de metafísica que deberíamos de sacrificar el presente para un futuro prometedor. Aunque es mi maestro y lo considero un intelectual bastante respetado no voy con su discurso de negación del presente.
No soy un hippie trasnochado que sólo vive ilusoriamente el presente cayendo en esos fundamentalismos de las drogas creyéndose una resistencia ante el sistema opresor que no le permite ser lo que él dice ser.

Por muchas razones me siento participe de una vivencialidad puesta en el presente. Que se enfoca más a una pertinente y constante búsqueda de sentido de la vida desde la misma contingencia y radicalidad del tiempo. Sumergirme en el tiempo mismo para sacar adelante mi propia finitud; como una especie de pensar el tiempo desde la propia vivencia y no desde un supuesto metafísico de eternidad o un camino hacia dónde ir.
La incertidumbre de no saber que vendrá adelante no me funciona como un tope sino como un límite de quehacer, es decir, yo sé que mañana puedo hacer muchas cosas y que quizá en la próxima ronda de las 12 uvas del año por acabar puedo pedir deseos para el año que entra, pero ¿Por qué no pedir los deseos ahora? ¿Porque futurizarme en ese hecho y en ese momento?¿porque estoy tan seguro de mi vivencia puesta en ese evento?

Estoy de acuerdo que no se puede vivir sí sólo se piensa en el ahorita. De algún modo la preocupación por el mañana se torna de sobrevivencia, pero no para habitar siempre y en cada momento ese futuro incognoscible del todo. Como si el sólo hecho de sacrificar el presente nos brindará una certeza de habitar en el mañana.
Continuando la línea anterior ¿qué tendríamos que sacrificar para adjudicarnos un futuro, un porvenir? Si hay una respuesta para esto, entonces sería partidario de esa filosofía que justifica el medio para el fin, pero ¿no caeríamos nuevamente en una metafísica? Y no es que le tenga recelo a la metafísica ni ningún otro sentimiento que me nuble la vita sino que pareciera que el discurso metafísico no termina por aterrizar en la exigencia propia del individuo.

Porque digo lo anterior, pues, noto que el concepto de tiempo que concibe la metafísica es un tiempo que se ausenta de la vida. Sólo recordemos a Aristóteles que concebía al tiempo como la medida del movimiento de los objetos. No me pondré con “zanzón a las patadas”[2] pero el tiempo es más que una medida de objetos externos. Es considero nuestra medida de actuar en el mundo.
Porque nos preocupamos de que algún día moriremos nos aferramos a la existencia para tratar de edificar o enraizar algo en el mundo que resulte como recuerdo o memoria. Quizá de algún modo el hombre siempre se está preparando para la muerte[3] y por ello el empeño de construir, de tener hijos, propiedades, de tener amistades. Pues independientemente de que su cuerpo deje de estar presente busca de algún modo seguir estando vivo en la memoria de algún familiar o amigo.
En la filosofía antigua se puede encontrar un pensamiento del tiempo que nos remita a un tiempo cíclico, todo vuelve a comenzar en algún momento. La llegada del cristianismo a occidente rompe con el círculo del tiempo para trazar una sola línea de principio a fin. Pero ahora la muerte de Dios anunciada en el pensamiento metafísico destroza toda pretensión de apostar por una forma de tiempo.

La incertidumbre del tiempo como vivencia resulta ahora como una forma de vida que se enfoca en el caos perpetuo. Quizá un suceso no le continúe al otro por mera causalidad, pues cada momento es distinto de otro. Es pues cuando considero pertinente tratar de abordar en una investigación el sentido de la temporalidad que resulta de la experiencia. Pues al no tener una concepción del tiempo, el tiempo se interpreta desde la misma vivencia de salir adelante.
Si bien en el tiempo cíclico la gente se movía con ciclos en los cuales sabia que podíamos estar en cualquier parte del círculo total el tiempo tenía que volver a ser lo mismo. Sin un camino el cuál tener que caminar para cumplir con el juicio final, la vida carece de sentido desde el cristianismo. Entonces qué camino o qué situación vivencial nos debe de resultar pensar con ese movimiento de interpretación sujetada a la temporalidad.

[1] Sacado de una película llamada Kun fu Panda; aunque el proverbio dice así: el pasado es historia, el mañana es un misterio y el hoy es un obsequio por eso se llama presente.
[2] Una linda forma de decir: que no podre igualar de algún modo la fortaleza intelectual de Aristóteles.
[3] Cuando Sócrates se dirigía al lugar donde iba a ser juzgado un discípulo se le acerco y al ver que no llevaba nada bajó el brazo le pregunto si no había preparado algún discurso para defenderse de la acusación a muerte. El majestuosamente le contesto –según el acontecimiento Platón- que se había pasado toda su vida pensando su muerte.

2 comentarios:

Karenina dijo...

Tus letras me gustan!

coloquio de los perros dijo...

Agradezco profundamente el hecho de que te guste lo que intento escribir con una coherencia y una claridad para que puedan entender lo que trato de trasmitir y hacer sentir en los que pasan por aqui.

Gracias Karenina.

Un beso y un abrazo.