jueves, 19 de noviembre de 2009

sobre religión

Uno de los sentimientos más terribles que habitan en el hombre es el miedo. Otro sentimiento más letal que es tan visceral como el primero es la soledad. No hay hombre que en su existencia no se haya sentido preso de cualquiera de estos dos sentimientos.

Históricamente el hombre se ha preguntado tres cuestiones que de algún modo ya le son inherentes, que son: ¿de donde vengo?¿donde estoy?¿hacia donde voy? Pero por ahí en un debilitamiento de la razón puede escabullirse la pregunta: ¿Quién me acompaña?

Aristóteles anunciaba en la Grecia clásica del siglo IVa. C. que el hombre es un zoon politikon , más adentro de esa afirmación de una polis para el ciudadano se encuentra la diáfana necesidad de que el hombre tiene miedo a estar sólo y que por tanto necesita de otros hombres para ser. Es decir, necesita estar acompañado de algo que lo proteja de sus circunstancias, de lo salvaje y hasta de sí mismo.

No encontrando un cierto amparo en los otros, agentes también de sus circunstancias, crea algo que traspase los defectos de su corporeidad y de sus pensamientos. Ve por un instante que sus deseos, que son carencias, pueden llegarse a convertir en esencias y una de esas esencias es Dios, lo divino. Dios que es inefable, que es poder, que es todo y que es nada, se vuelve garantía de compañía.

Surge así un nuevo discurso en el hombre que le propicia seguridad y consuelo a tan insoportable soledad. Este discurso nace a partir de que el hombre voltea su mirada hacia arriba, el cielo que es indicio de inmovilidad, de eternidad y de orden; todo esto no es más que un discurso que promete cuidado, templanza, bondad y compañía.

Quizá todo esto sea producto de que el ser humano ve en sus sentimientos una especie de defectos, de imperfecciones; pues necesita saber de leyes intrínsecas que rigen lo exterior, es decir, el mundo para ser consiente de porque le pasa lo que le pasa. Par ilustrar lo anterior escribe el siguiente ejemplo:

Cuando un sujeto pierde a alguien (su papá, su mama o algún hermano) su sentimiento es explicado a partir de leyes como “la muerte” que es inevitable. Y tal vez lo que podría dar cierto alivio a ese suceso, es que la persona que ya no está más con el sujeto, se encuentra esperándolo en un lugar donde se encuentra lo divino. Y por tanto estará siendo feliz y que se habría cumplido su destino.

En este ejemplo tan burdo el hombre se ha excitado pensando en su origen, en un lugar donde tal vez ya haya estado. Quizá en su elucubración pasa por su cabeza que su vida esta aprueba, que ha sido enviado al mundo a rectificar que realmente es un hijo de Dios y que por tanto, debe de obrar de tal modo, como un divinus influxus.

Para no entrar en divagaciones sin decir nada, le doy seguimiento al discurso religioso. Un sofista llamado Jenófanes que era procedente de Colofón había anunciado quizá el desmantelamiento de los rituales con su máxima: “Sí lo bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos como los hombres, pintarían, crearían en la obra de arte a sus dioses a su semejanza” .

Esta afirmación tumba todo pensamiento trascendente que propicia una seguridad a los hombres, trabajando la religión a un producto antropológico. Al final los dioses es algo inventado por la conciencia de los hombres. Jenófanes no dice claramente el motivo o al menos bibliográficamente no nos ha llegado, pero apunta en su señalamiento, según yo, o algo clave para este trabajo.

Lo escribo para que se aclare: todos los dioses que el hombre concibe son inmortales, justos, bondadosos, hermosos, poderosos, etc. En resumen son todo lo que el hombre no es. El hombre se considera cuasi-dios porque no desconoce del todo estas “virtudes”, pero en pensar en lo divino encuentra cierto anhelo por ello y lo que hace es que hace de lo divino un ídolo.

Pero para mi justificación de este pequeño ensayo detrás de esa idolatría se encuentran los sentimientos de soledad y de miedo rigiendo el actuar del hombre en estas cuestiones (idolatría por el otro). El deseo inmediato de comunicar que hay un sentimiento de dependencia[1] hacia lo Otro es necesaria para el hombre para que asegure por lo menos su convivencia.


[1] Que necesita de cierta providencia divina, que le propicio vigiar su camino.1

No hay comentarios: