Si verdaderamente
algo distingue al hombre de los demás entes que existen en el mundo no es su
lenguaje, tampoco la capacidad de sentir sino especialmente el valor que existe
en el educar. La educación no sólo compete al ámbito de los pedagogos ni sólo a la estructura que envuelven a las
instituciones educativas sino a todo el entramado de relaciones humanas que
existen. Si hay algún curioso que pegunta ¿Por
qué? Por la siguiente razón que no es mía pero que comparto: “que todos
los seres humanos enseñan es, e muchos sentidos, su aspecto más importante: el
hecho en virtud del cual, y a diferencia de otros miembros del reino animal,
puede transmitir las características adquiridas”. Así pues estamos condenados a
educar de cualquier forma, puesto que nuestras acciones reflejan un sentido del
vivir y a ese reflejo no lo podemos ocultar.
Es quizá por ello, que muchas veces las personas adultas procuran
evitar mostrar cierto tipo de acciones verbales, físicas y emocionales delante
de los niños, pues son los éstos los que por su infancia procuran identificarse
con cierta autoridad a la que ellos sienten afecto de imitar, puesto que con
ciertas acciones procuran establecer cierto tipo de vínculo.
¿Qué nos dice lo
anterior? Dos cosas primordialmente: a) Que nuestros actos son reflejo no sólo
de nuestra conducta, sino de nuestros deseos, nuestros conocimientos, etc., y b)
que existe una predisposición por el conocer nuevas formas, nuevos
conocimientos y personas. Así el conocimiento no sólo se encuentra circunscrito
al ámbito académico sino también al personal. Y si esto no es así, ¿Qué alguien
arroje la primera piedra si es que no ha valorizado alguna vez a un maestro,
algún administrador, algún párroco, político, secretaria, etc?
La pre-disposición de
conocer regularmente se encuentra ubicada en el deseo constante de forjar
nuestra propia vida, así el niño siempre busca representarse e modelos más
cercanos como papá, mamá, algún súper héroe de película o algún personaje de
caricatura, algo que de alguna manera llene su propia forma de verse ante la
vida. Pero, ¿Qué pasa cuando crecemos? parece que los personajes ficcionales no
nos llenan el ojo y acudimos a otros esquemas como el de un deportista, médico,
abogada, ingeniero, filósofo, etc. ¿pero que hace que nos seguimos volcando
hacia esquemas sociales? El deseo de ser siempre algo constantemente. Pero no
es el simple deseo, sino la necesidad hacer
de nuestra vida algo.
Quod vitae sectobur
iter? ¿Qué camino debo seguir?
De aquí se deriva en
gran parte la importancia y compromiso de la educación. La educación debemos
pensarla como la tarea primera del pedagogo, pero para ello hay que hacer un
poquito de historia. “El pedagogo era un fámulo que pertenecía al ámbito interno
del hogar y que convivía con los niños o adolecentes, instruyéndoles en los
valores de la ciudad, formando su carácter y velando por el desarrollo de su
integridad moral. En cambio el maestro era un colaborador externo a la familia
y se encargaba de enseñar a los niños una serie de conocimientos
instrumentales, como la lectura, la escritura y la aritmética. El pedagogo era
un educador y su tarea se consideraba de primordial interés, mientras que el
maestro era un simple instructor y su papel estaba valorado como secundario. Y
es que los griegos distinguían la vida activa,
que era la que llevaban los ciudadanos libres en la polis cuando se dedicaban a la legislación y al debate político, de
la vida productiva, propia de los
labriegos, artesanos y otro siervos: la educación brindada por el pedagogo era
imprescindible para destacar en la primera, mientras que las instrucciones del
maestro se orientaban más bien a facilitar o dirigir a la segunda”.
Regresando a nuestro
presente de carne y hueso, debemos de pensar en qué condiciones se da la
educación, cuál es el rol de los maestros en la formación de los estudiantes,
qué significa ir a la escuela, qué propósitos persigue la educación hoy día,
que frutos ha tenido la educación en la sociedad mexicana. Si nosotros como
sociedad no nos hacemos este tipo de preguntas, estaremos condenados a repetir
errores de antaño que ha causado empobrecimiento no sólo económico sino
cultural, puesto que, un pueblo se distingue en la forma en cómo práctica la
educación.
Para ello es
necesario que no sólo los alumnos sean lo interesados en ir y aprender sino que
la familia sea- como la institución por antonomasia de la sociedad- la que
siembre el ejercicio de la enseñanza, que implica el preguntar, el escuchar, el
respetar y lo más importante el convivir. Cuando la escuela enseñe prácticas de
convivencia y no sólo de competencia en tanto quién es el mejor en esto o en
otro, podemos dejar de pensar en la marginación social y en la violencia verbal
de quien es mejor que otro o quién está por encima de otro. Esto sin duda, nos
obliga a revisar el papel del docente, del director, del padre de familia, de los
estudiantes porque no hay un solo culpable de la educación sino que al ser la
sociedad un conjunto de intereses y convicciones comunes cada uno de nosotros
carga con un poquito de responsabilidad.
En conclusión,
podemos decir que si los niños en su andar no encuentran por lo menos, actores
(maestro, padre, ingeniero, filósofo) que significan en un medio dado, no
podremos por lo menos orientar la mirada de quienes buscan transformar lo que
tenemos en algo mejor. No se trata de que repitan esquemas sociales, sino que
por lo menos entiendan cuál es el rol que juega cada uno en la sociedad para
que el educando encuentre en ellos una posibilidad de realizarse y seguir
contribuyendo para el bien común.