viernes, 16 de enero de 2009

Reflexiones sobre el amor en Feuerbach

"contaminame pero no con el humo que axfixia
el aire, contaminamme pero si con tus besos
que anuncian besos"
Pedro Guerra

Comprender las ideas de un autor no es la forma artificial de meramente inteligir sus pensamientos, comprender el pensamiento de un autor implica vivirlo. Creer que podemos habitar el pensamiento de un autor es imposible, ya que no podemos ponernos en sus “zapatos”, pero lo que sí podemos hacer es comprender y habitar de forma diferente la resonancia de dichos pensamientos.
La interpretación que tenemos del pensamiento de un autor nos puede brindar la oportunidad de hacer una vivencia particular del pensamiento con el que nos podemos sentir identificados. La filosofía no sólo se piensa, ya que no somos una araña que va tejiendo sus pensamientos para después sistematizarlos, sino también se vive, se habita y se construye. Todo forma de pensamiento surge desde la vida misma, y dependiendo cómo sea está es la forma en como pensamos.
A continuación citaré unos fragmentos del pensamiento sobre el amor que hay en Feuerbach y expondré tímidamente la resonancia que hay en mí de tales fragmentos. Con la finalidad de hacer notar de qué forma habito el pensamiento filosófico y hacer ver que la filosofía no sólo es esa especulación del mundo o que el filósofo se debe de alejar del mundo para poder pensar.
El filósofo debe de estar comprometido no sólo con lo que piensa sino también con lo que siente, quiere y desea. Sólo así seremos Teseo conducidos por el hilo de Ariadna, y escaparemos del laberinto de nuestra propia soledad que nos ciega y no nos deja ver que hay otro que es luz. En este sentido el amor a la sabiduría es el amor al otro, desentrañar la realidad implica fundirse con el objeto de amor, mismo que puede ser otro.
“El hombre arde en el deseo incontenible e incontenido de unirse, de la manera que sea, con el otro, de quien está separado por la naturaleza”[1]
La necesidad ontológica del querer nace por la simple razón de la ausencia del otro. Si se busca pensar al amor como un absoluto, hay que buscar la puerta que nos lleve a la unión primigenia. Esa unidad primigenia sólo se da en el pensamiento.
El amor nos incita a eliminar la individualización —nos saca de nuestros propios pensamientos para enfrentar la realidad— con la que nos vamos criando en nuestro andar en el mundo, cuando nos enamoramos perdemos todo pensamiento del yo, dejamos a un lado nuestra yoidad, y nos fundimos en el otro. Dejamos de hablar en singular; y ahora hablamos y habitamos en plural. Salimos a la calle sin sombrilla, no tenemos miedo a mojarnos, salimos a la intemperie por que nos sentimos cobijados, en la espera de encontrar lo que buscamos.
Si el otro se encuentra fuera de mí por naturaleza habríamos de encontrar la forma en que nos unamos. Cuando ya hay una unidad parece que se pierde toda identidad y nos vemos como extraños navegando, no hay puerto hacia dónde dirigirse, el navegar se vuelve necesario.“El amante ciertamente elimina y pierde el sí mismo,Que es singular y solitario, para volverse el Otro”[2] No podemos amar sin renunciar a nosotros mismos —así como conocer supone trascender los límites propios—, ya que amando me vivo en el otro, el amor es la chinga diaria[3] por alguien que no conozco ni conoceré en plenitud, es más, no debería importarme, ¡amarla! que más da. No sólo renunciamos a nosotros mismos, sino también nos entregamos enteramente al otro. Buscamos habitar el instante que nos conduce a conocernos, el amoroso no busca la reciprocidad, parece egoísta de algún modo, pero ese egoísmo es compartido; no busco al otro para ser dos, sino para hacer unidad.Al amoroso no le importa si el otro es extraño, el amor en sí mismo es extrañarse de ser uno mismo, por ser otro en conjunto con otro, pero no es un extrañamiento que le incite volver, sino sentirse realizado de abandonar ese yo singular y solitario que era. El amor invita a perderse, a no encontrarse sino en el otro.La existencia es existencia cuando está teñida de amor, el amor es el que da sentido a la vida y la vida da sentido al amor, el amor es una dialéctica que no respeta principio de no-contradicción, el amor es todo y es nada, es encontrarse y es perderse.El amor es la prorroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro[4]. El amor es andar caminando sin sendero, es el caminar por el caminar. Deberíamos evitar estar solos porque ese estar, sólo alimenta al yo, el que anda sólo se funde en sus categorías, se convierte en una mónada. El amor es la apertura con el otro, encontrar al otro es complementarnos.
El estar enamorado implica estar contento, no hay cabida para la tristeza de que un día se pueda acabar la unidad. No hay cabida de ese pensamiento por que los amorosos se dedican a vivir el instante, pensar que se habita en instantes es una visión tan romántica que no se concibe un antes y un después. Los amorosos brotan como el instante mismo.
Los amorosos se ríen de los que creen que el amor es una lámpara de inagotable aceite, hay que hacer al amor, al amor hay que apagarlo y encenderlo en la noches frías. No se ama a perpetuidad, se dejaría de vivir en el instante que habitamos. A veces es mejor la cama destendida que la ausencia del otro.
Las risas, las miradas, las caricias, los silencios, las palabras que quedan suspendidas por el instante mismo, los momentos que quedan pendientes son la morada de los enamorados. ¿A quién tendríamos que dar gracias por el amor?Aferrarse a estar solos para supuestamente no sufrir es vaguedad del pensamiento, es al mismo tiempo ignorar que no vivimos solos, somos seres sociales, somos con el otro. El otro te permite ser tú, porque el otro es tu límite, es tu espejo, así finalizando: no somos nada, sí no somos con el otro. Pobres lo que no salvan al amor.
Bibliografía.
Feuerbach, Ludwig. Pensamientos sobre muerte e inmortalidad. Alianza Editorial, España 1975.
Sabines, Jaime. Recuento de poemas 1950/1993. Editorial Joaquín Mortiz, México octubre 1994.

[1] Feuerbach, Ludwig. Pensamientos sobre muerte e inmortalidad. Alianza Editorial, España 1975.
[2] Ídem.
[3] Esta frase fue tomada en una clase presencial con el maestro José Eliud García Medrano
[4] Sabines, Jaime. Recuento de poemas 1950/1993. Editorial Joaquín Mortiz, México octubre 1994.